Ravine Lereux - Una Breve Historia Sobrenatural - E. Denise Billups
Traducido por Ainhoa Muñoz
Ravine Lereux - Una Breve Historia Sobrenatural - E. Denise Billups
Extracto del libro
-LA LUNA ESTÁ EN CUARTO CRECIENTE…ESTAMOS A SALVO.
Olivia Lereux se inclina en medio de la noche y entrecierra sus ojos verdes criollos franceses mientras observa las dos caras de la luna; mitad oscura y mitad luminosa. Suspira y tira del chal a cuadros sobre sus delgados hombros mientras vislumbra una densa niebla que envuelve Frenchman Bay, y más a lo lejos, Porcupine Island. Un paisaje que tanto ella como su hermano Edward contemplaron en silencio durante muchas noches en el porche. Olivia se recuesta en su silla de mimbre, la cual cruje bajo su cuerpo frágil. Inclina su cabeza mientras saborea la fría niebla en su rostro y un chorrito de té de hierbas por su garganta. La infusión alivia el dolor punzante que ataca a sus brazos y piernas como si fueran minúsculas hernias volcánicas. Una dolencia mensual que sufre desde los dieciocho años y que se intensifica con la vejez.
-La luna está en cuarto creciente, Axel- dice esta, masajeando la cabeza de su querido perro border collie color chocolate.
Axel ladra dos veces, se levanta sobre sus dos patas y aúlla un doble “Auuu”, que suena casi humano.
-Yo también te quiero-dice ella con una risa entre dientes ante su mimetismo, que este suele mostrar cuando le hablas directamente. Levanta su mirada lobuna de ojos amarillos y empuja su nariz hacia donde está ella, en un movimiento para un masaje que esta le da de forma refleja con una doble recompensa que le encanta: que le rasquen detrás de las orejas-Mi fiel compañero…
Sin él, ella estaría sola cuando el trabajo aisla a Edward durante días en el laboratorio.
-Umm…se ha marchado por un tiempo…quizá dos o tres días-Rebusca en su memoria, recordando que el sábado preparó un pastel de manzana, hace tres días-Edward y aquel joven…¿Cómo se llama? Se comieron varios trozos de pastel en el porche. ¿O fue hace una semana?
Sin embargo, sabe que regresará. A Olivia no le importa estar sola en los acantilados, lejos de la ciudad y de la gente, salvo de la familia Gibson que vive en la misma calle. De vez en cuando, su hijo aparece tras las caminatas de fin de semana por los acantilados. Ella recibe su visita ofreciéndole su preciado pastel de manzana cortland y sidra. Rebusca en su mente para recordar su nombre.
-Brad…Ben…oh sí, Brent…un hombre encantador.
Una nube de color ébano se lleva la luna, tiñendo la noche de negro ónice. Olivia se inclina hacia delante y observa un bulto extraño rodando hacia el oeste. Sus pensamientos divagan. La oscuridad nubla su mente una vez más.
-¿QUÉ LE OCURRIÓ A LA LUNA LLENA?-Ravine se agacha y observa por el parabrisas un bulto oscuro que divide a la esfera brillante-Es extraño. ¿Los eclipses no se producen durante el día? Quizá solo sea una nube.
Se reclina en el asiento del conductor mientras mira aquello que se ha convertido en una constante en su vida: las autopistas.
-Otra vez viajando…soy una vagabunda, como mis padres-suspira.
Jamás se ha quedado en un mismo lugar durante demasiado tiempo. Siente un hormigueo y se marcha; ella sola, con el coche, la cámara, el ordenador portátil y los artículos de primera necesidad. Ahora viaja por un camino familiar, hacia un lugar al que juró no regresar jamás hace seis años. Pero en el fondo, sabía que algún día lo haría. Por las mismas razones que le llevaron hasta Covington Cove a los siete años, un destino parecido le hace regresar. Una maldición familiar de la que una vez dudó y en la que ahora empieza a creer.
-Una, dos, tres…es inútil-cuenta las líneas blancas de la carretera hasta cien y luego empieza otra vez; es un juego para estar alerta y mantener a raya las preocupaciones. La tía Olivia y el tío Edward suelen contar entre veinticinco y veintisiete líneas.
Pronto, las líneas de la carretera se vuelven hipnóticas, juntando olas blancas en un mar de alquitrán. El coche se desvía. Suena un claxon. Ravine se sitúa en el carril derecho, reduce la velocidad del vehículo, toma la Pepsi del portavasos y bebe un sorbo tibio. Es su cuarta lata.
Por detrás, un coche acelera hasta ponerse a su altura en el carril izquierdo. El conductor, enrojecido, profiere palabras de enfado tras el cristal empañado. Ella quiere gritar: “Vale amigo, cálmate”, aunque no lo hace. No está preparada para encargarse de la furia de la carretera y de un hombre el doble de su tamaño. El coche gira a la izquierda y acelera.
“VIVE LIBRE O MUERE”.
El lema de New Hampshire aparece en la matrícula de su automóvil.
-Vale, es libre de acelerar por un acantilado alto-dice ella sonriendo.
Un camión pasa a toda velocidad acarreando su sangrienta carnicería en la parte trasera; dos ciervos grandes.
-Cabrones…-murmura, apartando la mirada. La luz de combustible bajo capta su atención-Mierda-maldice golpeando el volante. El depósito está casi vacío. La siguiente gasolinera se encuentra a casi dos kilómetros y medio de distancia. ¿Aguantará el coche hasta allí?
Sale de la autopista y sigue por la cuesta hacia Portsmouth, una pintoresca ciudad portuaria de New Hampshire. Ya en la gasolinera, baja la ventanilla y respira el aire limpio y fresco de octubre. Un joven llega corriendo hacia el coche.
-Lleno, por favor. Con gasolina normal-el olor punzante invade el interior del vehículo. Ravine respira profundamente y exhala un vaho que siempre le encantó.
-Serán cuarenta y siete dólares.
-Efectivo, ¿vale?-pregunta, entregándole billetes arrugados.
-Gracias-dice el joven tomando el dinero.
Un restaurante local situado junto a la gasolinera parece un buen lugar para una parada de descanso. Ravine mete el coche en el aparcamiento y vislumbra un reflejo en el espejo retrovisor muy parecido al de la tía Olivia, aunque el viaje de seis horas ha embotado sus sentidos y su piel. Un poco de brillo de labios y base será suficiente. Se pone el ajustado suéter de mezcla de algodón encima de su vientre al aire, metiéndoselo después por sus pantalones pitillo, y sale del coche. Levantando la cabeza y echándose la chaqueta negra sobre sus hombros, aprecia cómo la luna llena se disfraza de media luna.
Dentro del restaurante, Ravine se sienta junto a una mesa y en seguida aparece una camarera vivaracha y treintañera.
-Buenas noches, cariño, ¿qué te sirvo?
Cariño…podría ser una perra malvada por lo que ella me conoce, o sea nada-piensa Ravine.
La camarera hace una pausa mientras masca chicle y la punta de un lápiz flota sobre su libreta. El poco favorecedor tono labial color carmesí, que se destiñe bajo sus finos labios, no es apropiado para su tez aceitunada. El moño apretado hace que sus ojos parezcan extraños. Su intenso perfume se mezcla con el aroma de las cebollas, el pescado y las patatas fritas que viene de la mesa de delante. Ravine contiene la respiración y trata de no vomitar.
-Espero que no te moleste, pero tus ojos son algo hermosos y perversos. ¿Sacaste los ojos verdes de tu padre o de tu madre?-pregunta la camarera curiosa.
-Gracias. De mi madre, supongo, aunque es un rasgo familiar.
-Te pareces a esos criollos…son gente muy atractiva.
“Esos criollos”…algunas personas no piensan antes de hablar, pero Ravine percibe que esta es simplemente curiosa, no una intolerante sin sensibilidad.
-Y estarías en lo cierto-responde.
-Tengo una habilidad para eso. Observando a la gente que hay en este lugar consigo que un turno largo sea más llevadero. Espero no haberte ofendido.
-No, en absoluto.
-Entonces, ¿qué quieres, cariño?
-Un chocolate caliente grande.
-¿Algo más? Acabamos de hacer una hornada de pasteles de manzana frescos. ¿Quieres un trozo, o un poco de sopa de almejas? Preparamos la mejor de la ciudad.
Nadie hace un pastel de manzana tan rico como el de la tía Olivia-piensa Ravine.
-Tomaré un trozo de pastel-dice.
-Ajá-responde la camarera mientras el lápiz rasga la libreta con estudiada precisión-Ahora vuelvo cariño.
Ravine respira hondo, saca un sobre arrugado de su bolso y presiona los pliegues del papel familiar de cachemira. La inquietante carta del tío Edward llegó ayer y en la misma le revelaba que ella era la única beneficiaria de los bienes de Olivia y de él.
La ansiedad que le atormentaba cuando era una niña regresó a su mente, al igual que cuando se dio cuenta de que sus padres se habían ido para siempre. El tono de la carta hizo que se le revolviera el estómago. Corrió hasta el teléfono, y tras ver que nadie contestaba al fijo, marcó el número de móvil de Edward. Después de varios intentos entró en pánico, aplazó una sesión fotográfica, hizo las maletas y corrió hasta el coche.
Durante años rezó para que la maldición de la familia Lereux se hubiese llevado a sus últimas víctimas, sus padres. Pero ahora le preocupa que alguien más de su familia haya corrido la misma suerte.
Hace quince años, cuando su padre y su madre desaparecieron, Edward y Olivia la acogieron. Se convirtieron en sus únicos tutores y ahora ella es su única beneficiaria.
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