Asesinato en el Mersey (Los Misterios del asesinato de Mersey Libro 1) - Brian L. Porter
Traducido por Gema Pedreda
Asesinato en el Mersey (Los Misterios del asesinato de Mersey Libro 1) - Brian L. Porter
Extracto del libro
The Cavern Club, en la primavera de 1961 era, para utilizar el modismo de la época, "realmente guay". Una escandalosa multitud de adolescentes bailaba, gritaba y, en algunos casos, comía un almuerzo típico del Cavern consistente en sándwiches, refrescos, (el club no tenía licencia para licor), o quizás té o café. Rory Storm and the Hurricanes, un grupo local popular de la época, actuaba en su escenario y el abarrotado club, construido en un almacén en desuso transformado, se llenaba del sonido de los aplausos y gritos de la feliz y casi delirante juventud. El batería del grupo, llamado Ringo Starr, alcanzaría más adelante fama mundial como miembro de Los Beatles, pero todavía faltaba tiempo para que llegara a apropiarse del mundo de la música. En aquel momento sonreía con los aplausos, al igual que los demás miembros del grupo, quienes disfrutaban de la ovación que recibían del agradecido público juvenil. Como los Beatles, Rory Storm and the Hurricanes serían más tarde contratados por el emblemático empresario musical Brian Epstein, tristemente sin alcanzar la fama del bien más preciado y comercializable de Liverpool en los sesenta, pero en aquel momento se alegraban de ser uno de los grupos más conocidos en la siempre creciente escena local musical. En aquel tiempo, en The Cavern Club la música “beat” y rock and roll solo estaba permitida durante las sesiones del almuerzo, ya que era un “club de jazz callejero” donde únicamente se permitía una pizca de jazz para desviarse de la norma. Todo eso cambiaría muy rápidamente gracias al floreciente sonido de los sesenta que emanaría de las calles del gran puerto de mar.
Estirando ambos brazos a los lados y bajando las palmas para pedir silencio al gentío adolescente, Rory Storm sonrió y habló en un tono lo suficientemente alto como para ser escuchado por encima del barullo general del club.
—Gracias a todos. Nos encanta ser bien recibidos. Es hora de tomarnos un descanso, pero sé que os encantará el próximo grupo que está a punto de subirse al escenario. Es su primera vez aquí en el Cavern, así que demos una gran bienvenida a... ¡Brendan Kane and the Planets!
El público jaleó y aplaudió mientras el sonido aumentaba hasta que pareció rebotar desde las paredes de ladrillo del club. Rory se giró a la izquierda y llamó por señas al grupo que, fuera del escenario, esperaba el momento de su debut.
—¡Vamos, chicos de Brendan! —gritó Rory, y los debutantes salieron literalmente corriendo al escenario para escuchar todavía más vítores de la masa de jóvenes expectantes, siempre felices de escuchar y apreciar a los últimos grupos en llegar al panorama musical local.
Compuesto por el propio Brendan, el vocalista principal y guitarrista del grupo, fue seguido al compacto escenario del Cavern por el guitarrista principal Mickey Doyle, el batería Phil Oxley y el hermano menor de Mickey, Ronnie, al bajo. Sin más preámbulos, el grupo se lanzó a ejecutar el primero de los dos números que tocarían aquel día, su propio arreglo del clásico de Chuck Berry Roll Over Beethoven. Unos segundos después de los primeros acordes el club tronaba al ritmo del nuevo grupo, y la voz de Brendan Kane, poderosa y reverberante, embelesaba al público.
"¡Vaya, ese chico sabe cantar!", "Fabuloso" y otros adjetivos positivos fueron pronto intercambiados entre los jóvenes oyentes, cuyos sagaces oídos se sintonizaban rápidamente al reconocer a los grupos o cantantes que tenían el sonido musical adecuado y, lo que es más importante, voces que les podían hacer sobresalir entre la muchedumbre en un panorama musical en constante expansión. Cuando los últimos acordes se apagaron al final de su actuación, el público rompió espontáneamente en un entusiasta coro de aplausos, silbidos, y ovaciones, y Brendan miró esperanzado hacia el lateral del escenario, donde el disc jockey residente del club, que reconocía lo bueno al verlo (y escucharlo), levantó un dedo, indicando que podían tocar otra canción más, lo cual era el doble de lo que esperaban hacer aquel día.
Brendan masculló rápidamente "Coming home" a los miembros del grupo y los dedos de Mickey Doyle comenzaron a dar forma a la melodía de apertura de una canción que él y Brendan habían escrito juntos. Con un ritmo resonante y una pegadiza melodía de guitarra a lo largo de toda la canción, cualquier riesgo que el conjunto hubiera podido correr a la hora de tocar su propia composición en lugar de uno de los temas de moda pronto se evaporó cuando la audiencia empezó a seguir el ritmo con los pies y bailar la nueva canción, que tocaban en público por primera vez.
—Ha estado genial —dijo el disc jockey del club cuando abandonaron el escenario entre aplausos todavía más fuertes—. Chicos, sonáis realmente bien. Quiero que volváis. Pronto.
—Eso sería fantástico —respondió Brendan, con una radiante sonrisa en la cara—. ¿Cómo de pronto?
—¿Cómo tenéis la semana que viene?
—Bueno, el martes tocamos en The Iron Door.
—¿Qué os parece el jueves a la hora de comer?
Brendan cuestionó con la mirada a los demás miembros del grupo. Sabía que tendrían que pedir tiempo libre en el trabajo o simplemente ausentarse de sus empleos si querían asistir a la cita, pero todos asintieron sin dudarlo.
—De acuerdo, aquí estaremos —respondió.
Tras permanecer en el club el tiempo suficiente para fumar un par de pitillos cada uno y tomarse un café o una Coca-Cola, Brendan and the Planets atravesaron el local con su ambiente cargado de humo y la alegre multitud y llegaron a la salida, acompañados por muchas palmaditas en la espalda y comentarios halagüeños de varios jóvenes que obviamente habían disfrutado de su actuación. A lo mejor, pensó Brendan mientras el grupo cargaba sus bártulos en la vieja furgoneta Bedford que solían pedir prestada al padre de Phil Oxley, podríamos hacer algo decente en el negocio de la música. Phil condujo con cuidado, no queriendo dañar su preciada batería ni las guitarras y equipos de los demás y, uno por uno, fue dejando a los miembros del grupo en sus casas o, en el caso de Brendan, en el exterior de la librería en que trabajaba. Al Sr. Mason, el propietario de la tienda, no le importaba dar a Brendan tiempo libre para asistir a sus conciertos ya que, pensando en el futuro, se daba cuenta de que muchos jóvenes que conocían a Brendan estaban ya visitando su tienda con regularidad, y astutamente había empezado a tener en stock una amplia gama de productos, revistas y cómics americanos que le aseguraban unos ingresos constantes por parte de la nueva rama de su clientela. Tal vez, pensó, debería empezar a disponer de unos pocos discos, por si acaso.
El Sr. Mason dio una cálida bienvenida a Brendan a su regreso al trabajo, donde el joven pronto se las arregló para perderse en unos sueños de futuro estrellato que le acompañaron el resto de su jornada laboral.
LIVERPOOL, 1999
Clarissa Drake miraba hacia el fondo del antiguo muelle seco, de unos nueve metros de profundidad. Volviéndose hacia el joven que estaba a su lado, habló en voz baja, mientras sufría un escalofrío provocado por la neblina que el cercano río Mersey impulsaba a través del paisaje a tempranas horas de la mañana.
—¿Sabes, Derek? Si no lo supiera, diría que parece contento de vernos.
Antes de que el chico pudiera responder, una profunda voz tras ellos los hizo saltar ligeramente.
—Bien, Izzie, ¿cuántas veces la he avisado de ese sentido del humor que tiene?
Girándose para quedar de frente al hombre que se hallaba tras la voz, la subinspectora Clarissa, (Izzie) Drake, se encontró mirando a los ojos de su jefe, el inspector Andy Ross. El agente Derek McLennan permaneció a su lado, tratando de parecer pequeño e insignificante en un esfuerzo por evitar la ira de su jefe. El inspector Ross, de hecho, a pesar de sus palabras, mostró una sonrisa casi imperceptible mientras miraba severamente a su subinspectora.
—Lo siento, señor, pero ya sabe que siempre me afecta ver algo así. Solo estoy tratando de restarle algo de seriedad del momento, si sabe a qué me refiero.
El alto y moreno inspector dio un paso adelante y miró hacia lo que los había llevado allí en primer lugar. El rictus sonriente de la calavera ciertamente parecía, a todos los efectos y como Izzie había sugerido, contenta por haber sido liberada de su largo encarcelamiento en el pegajoso lodo que solamente entonces había decidido descubrir su macabro secreto. Ross sabía que tenía que haber estado allí mucho tiempo, ya que el pequeño muelle y la dársena llevaban muchos años abandonados y solamente entonces, en el transcurso de unas renovaciones y mejoras urbanas, se había limpiado lentamente la masa de lodo y residuos resultante de años de abandono hasta que el descubrimiento de los restos causó la paralización de las obras. Se volvió para quedar de frente a la subinspectora y el joven agente, que seguía enraizado junto a ella.
—Bien. Entonces vamos a ello. Izzie, intente no asignar ni asumir el sexo hasta que el doctor haya examinado los restos también, ¿de acuerdo?
Izzie asintió.
—Y, ¿agente? —inquirió Ross, mirando al joven detective a los ojos.
—¿Señor?
—No voy a arrancarle la cabeza de un mordisco por quedarse junto a la subinspectora mientras realiza comentarios frívolos, así que no tiene que mirarme como si fuera a ser enviado de nuevo a vestir uniforme o servido de cena al comisario, ¿de acuerdo?
—Sí, señor. De acuerdo, señor. Quiero decir… gracias, señor.
—¿Cuánto tiempo lleva en la división de detectives, joven?
—Seis meses, señor.
—Tiene mucho que aprender, muchacho, mucho que aprender. Ahora pongámonos a trabajar.
—Bien, señor —respondió McLennan, siguiendo a Izzie cuando ella inició el descenso por la escalerilla de hierro que llevaba al embarrado y maloliente lecho del río que había debajo.
Ross los siguió a ambos rápidamente hasta que los tres oficiales se encontraron silenciosamente mirando los recientemente revelados restos óseos que permanecían a medias dentro de la superficie más compacta de tierra, que en algún momento había sido el lecho de un bullicioso y próspero muelle fluvial.
Los detectives se cuidaron de no acercarse demasiado a los restos, sin querer alterar la escena antes de que el forense hubiera tenido la oportunidad de inspeccionarla.
—¿Alguien sabe quién es el forense de servicio? —preguntó Ross, sin dirigirse a nadie en particular.
Izzie Blake le proporcionó la respuesta.
—Uno de los paramédicos de arriba dijo que era Willy el Gordo, señor.
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