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Asesinato En Las Cartas (Cuentos de Niki Dupre Libro 1) - Jim Riley

Asesinato En Las Cartas (Cuentos de Niki Dupre Libro 1) - Jim Riley

Traducido por Alicia Tiburcio

Asesinato En Las Cartas (Cuentos de Niki Dupre Libro 1) - Jim Riley

Extracto del libro

Carol Robertson estaba pasando una buena racha. Nunca los dioses del póker habían sido tan amables con ella. Y menos en un torneo tan grande. La maestra de escuela no podía creer su éxito en el Campeonato Abierto de Poker de Louisiana en St Francisville. Cuando necesitó un siete de tréboles, llegó. Cuando necesitaba el as de diamantes, el crupier le entregó la carta en la cuarta ronda de apuestas.

Al final de esta increíble jornada inaugural, transformó una entrada de diez mil dólares en una de ciento ochenta y cinco mil en fichas. Suficiente para pagar su pequeña casa de dos dormitorios. Sólo quedaban otros ochenta jugadores para llegar a la ronda final.

Después de la mala suerte, incluyendo dos divorcios agrios, Carol tenía ganas de celebrar. Rara vez bebía y lo hacía con moderación. Pero esta noche era diferente. Tenía un motivo para emocionarse. Ciento ochenta y cinco mil motivos. Quería alargar este día todo lo posible.

Muchos otros jugadores habíancomenzado en el bar mucho antes. Especialmente los que habían sido eliminados del torneo. Algunos de ellos por Carol. Se volvieron para saludar a la pequeña educadora a su llegada.

"Oye, mira a quién tenemos aquí", dijo uno. "¿Puedes hacer que aparezca un loody Mary de la nada como hiciste con esas cartas?"

"Eso quisiera", dijo Carol. "Nunca había tenido tanta suerte en mi vida".

"No, querida", dijo otro. "Una o dos veces al día es suerte. Acertar cada vez en la cuarta ronda de apuestas es otra cosa".

Carol solo pudo asentir. La carta de la última apuesta era la última carta revelada de las cinco que había en el tablero. Cada jugador utilizaba esta carta  más las dos  individuales que tenía para formar una mano. La mayoría de estas cartas repartidas en el torneo mejoraron su mano enormemente.

"¿Qué estás diciendo?" preguntó Carol.

"¿Con quién te acuestas para conseguir siempre la carta perfecta?" La mujer sonrió. "Debes ser mejor en la cama de lo que pareces".

Carol no podía controlar su temperamento. Ese había sido un problema en sus matrimonios fallidos. Ahora era un problema aquí. Acababa de tener uno de los mejores días de su vida, y esta señora, Ann Clement, la hacíaparecer como que si hubiese hecho trampa.

"Ann, retira lo dicho ahora mismo", gritó Carol. "Tuve un díaestupendo. Tal vez si no fueras una puta que se acuesta con cualquier cosa que tenga pantalones, también tendrías uno de vez en cuando".

La única descripción adecuada de la acción que siguió sólo podría llamarse una pelea de gatos. La docena de mujeres retrocedió arañando y rasguñando con fuertes gritos y maldiciones. Se arrancaron  el pelo de raíz. Se arañaron  los ojos. Intentaron estrangularse unas a otras. Se desahogaron con mucha frustración. Ninguna de ellas sabía por qué se estaban peleando. Simplemente parecía que era lo que había que hacer. 

Carol se despertó a la mañana siguiente como con tambores retumbando en sus oídos y detrás de sus ojos. No se había sentido tan mal desde que Jim LaFleur le puso alcohol al ponche en su baile de graduación y la convenció de que se tomara media docena devasos. Entonces era mucho más joven y se recuperó tras regurgitar el veneno.

Arrastró su cuerpo fuera de la cama y miró el despertador. Ver los números la puso más sobria que querer vomitar. La profesora tenía sólo veinte minutos para llegar al complejo para la mesa de póquer. Se puso ropa limpia, tomó algunas mentas para el aliento y salió.

La carretera le jugó una mala pasada. Las curvas parecían no terminar nunca y se cortaban de repente. El Ford Mustang de Carol zigzagueaba por toda la carretera y a veces por las banquinas.  No tener un accidente tuvo que ser un milagro. Quizá los dioses del póquer seguían con ella.

Carol entró con diez minutos de retraso en el gigantesco vestíbulo, con los ojos rojos como mapas de carretera. Al tercer intento, localizó el cajero.

"Buenos días, señora Robertson", la saludó alegremente el joven  que estaba detrás de la portería. "¿Está lista para otro gran día?"

Su voz rechinaba en sus propios oídos. Alguien clavando clavos en ellos habría sido menos doloroso. El parloteo nunca cesaba en la mesa de una mujer mientras jugaba al póquer. Carol sabía que no podría soportar las interminables bromas en su estado. Por desgracia, tendría que soportarlo. 

"Señora". Un caballero vestido de traje gris a rayas apareció a su lado.  Estaba demasiado bien vestido para ser un miembro de la seguridad de la casa.

Al principio, Carol giró en sentido contrario. Luego  corrigió y lo confrontó.

"Lo siento, no tengo tiempo para hablar. Ya estoy tarde para mi mesa".

"¿Es usted Carol Robertson?” preguntó.

"Sí, soy yo", respondió Carol. "¿Y quién demonios es usted?"

"Soy Steve Harris del Departamento del Alguacil de Distrito de West Feliciana ". Sacó una placa y la mostró. Sus ojos borrosos no pudieron enfocar la estrella. Apenas podía distinguir sus rasgos. Asintió con la cabeza.

"Necesito hacerle algunas preguntas, Sra. Robertson".

"Bien, pero no ahora", respondió Carol. "Si esto es por el fiasco de anoche en el bar, entonces yo no soy la que lo empezó. Solo soy la que lo terminó".

"Mis preguntas involucran a una participante. ¿Recuerda haber golpeado a Ann Clement?"

"Sí. Golpeé a la puta tantas veces como pude antes de que nos pudieran separar. La odio a muerte y puede decírselo de mi parte". Carol trató de empujar al detective.

Steve Harris se mantuvo firme.

"¿Cómo estaba Ann la última vez que la vio?"

"Como la perra azotada que era. Pateé su gordo trasero por todo el bar".

"¿Pero ella estaba viva y bien la última vez que la vio?", preguntó.

"Seguro que sí, pero no porque no lo haya intentado. Le di a la perra con todo lo que tenía tantas veces como pude".

Harris sonrió y sacó un juego de esposas de su cinturón.

"Esto me parece una confesión".

"Pero le  dije que ella empezó la pelea. Pregúntele usted mismo".

"Ojalá pudiera", dijo Harris. "Ann Clement está muerta". 

Ham Álvarez lanzó un golpe seco a la cabeza de Niki Dupre. El cual se quedó en el aire. La cabeza de la pelirroja  ya estaba detrás del mayor de los tres hermanos.

Ham, Sham y Bam Alvarez entraron en un almacén, con la esperanza de robar algo de valor. Cualquier cosa que pudiera ayudar a pagar más metanfetamina. La adicción es terrible, y los hermanos tenían una terrible adicción a la droga.

Su error fue elegir un almacén vigilado por la Aseguradora Red Stick. Esta empresa tenía contratada a Niki, una investigadora privada, para indagar sobre cualquier pérdida, ya fuera por fraude o por robo. Cuando sonó la alarma, llamaron inmediatamente a la detective de piernas largas.

Niki llegó mientras el trío salía a trompezones del edificio. Si hubieran estado sobrios, habrían reconocido a la famosa detective. Sus hazañas en la Isla Espíritu le habían valido la aclamación nacional. Pero los adictos a la metanfetamina no tienen miedo. Cuando vieron a la delgada dama, se rieron.

"Deténganse ahí, chicos", dijo Niki, sin  el arma  a la vista.

"¿Y quién va a detenernos?" Ham balbuceó.

"Yo". Niki se acercó un paso más.

"No eres más que una mujercita. ¿Tienes una pistola o algo así?"

"Tengo una, pero prometo que no la usaré", dijo Niki.

Ham miró a sus hermanos y se rió como un preadolescente a pesar de que todos tenían más de treinta años.

"Chicos, estamos a punto de comer el postre".

Entonces se abalanzó sobre Niki con una derecha lenta. Para cuando se dio cuenta de que ella no estaba delante de él, Sham y Bam se estaban retorciendo en el pavimento. Cuando Ham se dio vuelta, el pie de Niki le atrapó la barbilla, haciéndole torcer su cuello.

Antes de que Niki pudiera hacer más daño, sonó su teléfono móvil. 

"Niki, tienes que ayudarme", gritó Carol. "Están diciendo que yo maté a Ann Clement. Pero yo no lo hice".

La maestra convocó a Niki, la detective privada más  cotizada de Luisiana, con la única llamada telefónica permitida. La pelirroja de piernas largas entregó el caso de robo a la policía local y se dirigió rápidamente a la comisaría de St. Francisville.

"Esto no es lo que le dijiste al detective de homicidios", dijo Niki mientras miraba la lamentable figura al otro lado del cristal. "Le dijiste que querías matar a Ann".

"Estaba bastante enfadada, eso es seguro". Carol agachó la cabeza. "Sólo estaba desahogándome".

"El diagnóstico preliminar es un coágulo de sangre detrás de su oreja izquierda. ¿Recuerdas haberla golpeado ahí?"

"No ", admitió Carol. "Después de la refriega, calmé mis nervios con unas cuantas copas. Unas pocas se convirtieron en muchas. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en mi cama con la madre de todos los dolores de cabeza. Podría haber matado a una docena de personas sin recordar a ninguna".

"¿Así que no puedes estar segura de que no mataste a Ann?"

"No podría haber golpeado a la perra lo suficientemente fuerte como para matarla. No soy como tú. No sé toda esa mierda de las artes marciales. Todavía peleo a la antigua. La golpeé con mis puños".

"Vamos a retroceder. A partir de ahora, cuando te refieras a Ann, hazlo como amiga o conocida, no como perra. ¿Entendido?"

"Pero eso es lo que ella era. Que esté muerta no cambia lo que la perra era cuando estaba viva".

"Ya le has dicho lo suficiente al detective Harris quien volverá a perseguirte en el tribunal. No tiene sentido seguir añadiendo más", dijo Niki.

La investigadora privada esperó a que Carol asintiera antes de continuar.

"¿Estás segura de que golpeaste a Ann con tus puños?"

"Diablos, no lo recuerdo. Intentaba abofetearla. No recuerdo si la golpeé con los puños o la abofeteé con la palma de la mano".

"Entonces no le digas a nadie que lo hiciste", dijo Niki. "Es prácticamente imposible abofetear a alguien con la suficiente fuerza como para provocar una hemorragia ósea, pero un puño con la suficiente fuerza puede hacerlo fácilmente".

"Oh, Dios mío". Carol casi se cae de la silla. "¿Estás diciendo que yo podría haber matado a la -mi amiga?"

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