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La Mujer Sin Marido - Lori Beasley Bradley

La Mujer Sin Marido - Lori Beasley Bradley

Traducido por Alina Rocío Tissera

La Mujer Sin Marido - Lori Beasley Bradley

Extracto del libro

Callie Jamison estaba sentada con su espalda erguida, usando su mejor traje negro y su sombrero: su vestimenta de luto. Se enjugó las lágrimas de rabia y vergüenza. En el asiento del acompañante del calesín de su marido, bajaban por la calle Principal de Ellsworth, Kansas. En aquella soleada mañana de junio, volvían del juzgado, lugar donde un juez acababa de disolver su matrimonio de diez años con Evan Jamison.

Fui una buena esposa.

Lágrimas de vergüenza mojaron la mejilla bronceada de Callie, quien se negaba a dirigirle la mirada a Evan. ¿Cómo pudo hacerle esto? Ahora era una mujer divorciada, una mujer sin marido. ¿Cómo soportaría la vergüenza y el ridículo? Las divorciadas eran destinadas a ser rechazadas.

—¡Ahí está, Callie! Tu nuevo hogar —dijo Evan con desprecio cuando detuvo el calesín frente a la Casa Ellsworth.

—No puedes estar hablando en serio —respondió Callie mientras miraba el edificio de tres pisos con estructura de madera y la leyenda «Casa Ellsworth» grabada en oro en la enorme ventana delantera—. No puedo quedarme en este lugar, tiene... mala reputación.

—El juez dijo que tenía que pagar por tu alojamiento y comida en una residencia adecuada —se burló Evan—. Ahora eres una mujer de mala reputación, Callie, así que esto te sienta muy bien, en mi opinión.

Evan comenzó a reírse mientras levantaba sus tres bolsos de viaje de la parte trasera del calesín.

—Apúrate, mujer —le grito Evan mientras cargaba sus bolsas y las dejaba en la entrada de la casa de huéspedes—. No tengo todo el día. Tengo un rancho que administrar.

Y supongo que vas a traer a esa niña a mi casa tan pronto como puedas.

Evan no había ocultado ni un poco su amorío con Polly Hardin, una chica de diecinueve años, hija de un vecino y antigua alumna de Callie en la escuela. Durante los últimos siete años, Callie había educado a los niños que vivían en Ellsworth.

Callie respiró hondo, se levantó la falda y se bajó del calesín. La brisa cálida y seca hizo que un mechón suelto de su cabello castaño se posara en sus ojos azules llenos de lágrimas. Callie lo volvió a colocar en su sitio con su mano enguantada. Sostuvo la cabeza en alto, se enderezó la chaqueta y caminó por el polvoriento sendero.

Le costó poner un pie delante del otro mientras seguía a Evan hasta el llamativo vestíbulo de la casa de huéspedes del pueblo, que también funcionaba como burdel, si los rumores eran correctos. Jóvenes mujeres con vestidos de encaje estaban sentadas en sillones tapizados en terciopelo rojo. Callie no necesitaba más pruebas para comprobar que los rumores eran correctos. La Casa Ellsworth era, de hecho, un burdel.

Le haré una solicitud al juez. No hay nada menos adecuado para una maestra de escuela y una mujer que va a la iglesia. Evan no puede estar hablando en serio.

—¿Cómo puedo ayudarlos? —preguntó un hombre alto con cicatrices en la cara desde detrás del mostrador, observando las bolsas que Evan llevaba y a Callie. Los penetrantes ojos oscuros del hombre le provocaron un escalofrío a Callie.

—¿Tienes lista la habitación de la que te hablé, Caine? —preguntó Evan mientras le dirigía una sonrisa de satisfacción a Callie.

—Sé que querías que esté en el tercer piso —respondió Matthew Caine con la mirada puesta en Callie. Se lamió sus delgados labios y sonrió. —Pero he tenido que dejarla abajo con las chicas hasta que algo se desocupe allí arriba. Tengo la casa llena en este momento.

—Matt, ¿no es un poco vieja para que esté aquí abajo con nosotras? —preguntó una de las jóvenes mujeres. —Parece tan vieja como mi madre, e igual de mojigata con su cuello alto y su cabello recogido bajo ese sombrero de matrona.

Las demás mujeres rieron, y Callie sintió cómo sus mejillas enrojecían de vergüenza al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Le haré una petición al juez, incluso si me tengo que arrastrar hasta el juzgado de rodillas. No puedo quedarme en este lugar horrendo junto con estas mujeres.

—No me importa dónde carajo la pongas —gritó Evan y dejó caer las bolsas de Callie al suelo de madera pulida. —Ella no es más mi problema.

Levantó las manos en el aire, se dio la vuelta y abandonó el vestíbulo.

—Qué hombre tan encantador —murmuró con sarcasmo una de las jóvenes al acercarse a Callie. —¿Dónde la quieres, Matt? ¿En la vieja habitación de Ruthie?

El hombre alto asintió con la cabeza sin apartar la vista de los senos de Callie.

Puedo jurar que me está tomando las medidas.

—Vamos, cariño —dijo la chica y se inclinó para recoger dos de los bolsos de Callie—. Te mostraré tu habitación.

Callie se agachó, tomó su otro bolso, y siguió a la delgada pelirroja, quien pasó el mostrador y caminó por un estrecho y oscuro pasillo empapelado con el mismo llamativo tapiz del vestíbulo.

—Las chicas usamos estas habitaciones porque hay una puerta que da al exterior al final del pasillo para que nuestros clientes no tengan que salir por el vestíbulo —explicó la mujer señalando una luz difusa al final del pasillo—, y para que ese cabrón entrometido de Caine no sepa nuestras idas y venidas — añadió mientras abría una puerta al final del pasillo.

—¿No tiene llave? —preguntó Callie con los ojos abiertos y horrorizada ante tanta vulgaridad por parte de la joven.

La pelirroja llevó los bolsos de Callie a una habitación donde una gran cama con marco de bronce era el elemento central. En la pared opuesta había un armario alto. En una de sus puertas había un espejo ovalado con una fisura que lo atravesaba. Vio un lavamanos con una jarra y un cuenco, ambos esmaltados. Un orinal a juego estaba en el suelo junto a la cama. Al lado de la ventana se veía un pequeño tocador con un espejo ovalado arriba sobre la pared. La habitación olía como si el antiguo residente hubiera dejado el orinal lleno y nadie se hubiera molestado en vaciarlo.

—Me llamo Maisie —dijo la chica, estrechándole su pecosa mano—, pero la mayoría de las chicas me llama Ruby por mi cabello.

—¿Qué nombre te gusta más?— preguntó Callie tomando la cálida mano de la chica.

Maisie la miró perpleja como si nadie le hubiera hecho esa pregunta antes.

—Mi mamá y mi abuela siempre me llamaban Mae —le susurró—. Tú puedes llamarme Mae si quieres.

—Soy Callie —dijo mientras le estrechaba la mano—. Gracias por ayudarme con los bolsos, Mae.

—Por nada —respondió la linda chica con una sonrisa que acercó las pecas de sus mejillas a sus brillantes ojos verdes. —Matt sí que es una molestia terrible, y un holgazán. Nos manda clientes, se lleva la paga y estamos seguras de que se queda con más del diez por ciento —dijo Mae entrecerrando los ojos—. Ten cuidado con él —le advirtió—. No me gustó la forma en que te miró.

Al menos no soy la única que se dio cuenta.

 —Tendrás que conseguir tu propia agua de la bomba de atrás y llevar tu orinal al retrete de afuera. También está en la parte de atrás, pero puedes llegar fácilmente desde la puerta que está al final del pasillo.

Sus ojos recorrieron la habitación y se detuvieron en la cama, en donde se encontraba un delgado colchón sin almohada.

 —Me temo que tendrás que conseguir tu propia ropa de cama —suspiró Mae—. La mayoría de nosotras cargamos la nuestra en el maletero cuando viajamos de ciudad en ciudad, pero tú puedes comprar ropa de cama nueva en el mercado de la calle.

—Gracias —dijo Callie frunciendo el ceño. No había considerado la ropa de cama cuando empacó sus cosas apresuradamente esa mañana. Asumió que Evan la llevaría al hotel y no la dejaría en este prostíbulo.

Sin embargo, Callie sabía perfectamente cuál sería el resultado en el juzgado. Evan y el juez Sterling jugaban juntos al póquer y Callie sabía que el hombre le concedería a Evan el divorcio que quería.

—¿Tienes dinero? —preguntó la chica con humildad—. Si no tienes, puedo darte unos cuantos dólares hasta que puedas conseguir los tuyos.

—Tengo un poco —respondió Callie con una débil sonrisa—, pero muchas gracias por la oferta.

—No es fácil ser una mujer y estar por tu cuenta —suspiró Mae—. Tienes que pagar todo. La mayoría de nosotras comemos en El Filete Jugoso, al otro lado de la calle. El viejo Jenkins canjea las comidas por una mamada en la cocina de vez en cuando, siempre y cuando su mujer no esté allí —dijo ruborizada.

Callie sonrió. Conocía a Hiram Jenkins.

—Creo que puedo pagar por mi comida.

—¡Casi me olvido! —añadió la chica mientras se dirigía a la puerta—, aquí está tu llave —dijo sacando la llave de la cerradura y entregándosela a Callie. —Todas llevamos la nuestra con nosotras. Nunca se las dejamos a Caine en la recepción cuando salimos.

—Gracias, Mae —dijo Callie—. Supongo que será mejor que guarde mis cosas y haga una lista de lo que necesito comprar en el mercado.

—Claro, señora —respondió Mae y abrió la puerta. Las risas joviales y agudas de las jóvenes entraron por la puerta y Mae puso los ojos en blanco. —Tabby debe haber contado otro de sus tontos chistes. Es tu vecina, por cierto, y te lo advierto ahora —dijo con un guiño, señalando con la cabeza la pared que separaba la habitación de Callie de la de al lado—. Tabby disfruta de su trabajo y puede ser muy ruidosa cuando lo hace.

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