Summary Block
This is example content. Double-click here and select a page to feature its content. Learn more
Summary Block
This is example content. Double-click here and select a page to feature its content. Learn more

Testi

Testi

Testi

Testi

Maisy y los ratones desaparecidos (Los Archivos de Maisy Libro 1) - Elizabeth Woodrum

Maisy y los ratones desaparecidos (Los Archivos de Maisy Libro 1) - Elizabeth Woodrum

Traducido por Gema Pedreda

Maisy y los ratones desaparecidos (Los Archivos de Maisy Libro 1) - Elizabeth Woodrum

Extracto del libro

Todo había comenzado más temprano, a la hora del almuerzo. Maisy y su mejor amiga Verónica habían estado disfrutando de su pizza y hablando sobre la fiesta de cumpleaños de Verónica, que se iba a celebrar al día siguiente por la noche en una pizzería italiana. Estaban muy contentas de que la madre y el padrastro de Verónica hubieran aceptado celebrarlo en la Pizzería Andiamo. Era el restaurante favorito de la niña en toda la ciudad, porque tenía muchas cosas divertidas para los niños. Era un restaurante normal, pero también había un montón de juegos a los que jugar en el salón recreativo. Además, las dos niñas intentaban convertir la pizza en una parte habitual de sus dietas.

Maisy y Verónica llevaban solamente unos minutos sentadas cuando el intercomunicador se había puesto a sonar con un anuncio de la directora. Su voz parecía calmada, pero era obvio que estaba molesta: «Estudiantes, soy la Directora Hollendar. Han robado las mascotas de nuestro colegio de su hogar en el laboratorio de ciencias. Si alguien tiene alguna información, por favor que venga a mi despacho. Un alumno ha admitido ver cómo una bota negra desaparecía tras la esquina de la entrada poco tiempo después de descubrirse el robo. Esa es la única pista que tenemos en este momento. El que ayude a encontrar y devolver los ratones será recompensado.»

Verónica estaba furiosa. Sacudió su melena rubia sobre el hombro y se unió a los demás niños en sus gritos de protesta. Maisy simplemente cerró los ojos al escuchar lo de la pista. Podía sentir cómo su piel se estremecía de excitación. Adoraba los misterios y era muy buena resolviéndolos, de hecho, los demás alumnos conocían su talento y acudían a ella cada vez que tenían un problema: sabían que resolvería el caso rápidamente y por un precio justo. Pero Maisy no trabajaba por dinero, trabajaba por piruletas de cereza. Para ella era la segunda cosa más valiosa después de su perrita, Reesie.

Maisy Sawyer no era como los demás niños de cuarto curso que asistían a la Escuela Elemental West Valley. Había crecido amando las películas de misterio en blanco y negro, el tipo de cine que los abuelos veían cuando eran pequeños, allá por la Edad de Piedra. Cuando se hallaba en un caso, el mundo parecía volverse blanco y negro, como una de aquellas películas de misterio. Los tonos de gris lo coloreaban todo. Incluso imaginaba que su cuarto era el despacho de su agencia de detectives. La mayor parte del tiempo tenía las paredes pintadas de azul brillante y casi todo lo demás era morado, incluida la camita de Reesie, pero cuando estaba en un caso, la habitación se convertía en algo sacado de una película antigua. Las paredes estaban agrietadas, las persianas de las ventanas rotas y atascadas en una posición, y todo se hallaba repleto de cajas y muebles viejos. Y también en tonos grises, blancos y negros. La ventana dejaba ver una panorámica del horizonte de la ciudad, en lugar de la realidad de un pequeño vecindario en un pueblecito de Ohio. La única constante entre la agencia de detectives imaginaria de Maisy y la realidad era su pequeña máquina de escribir. Maisy no tenía nada contra los ordenadores, pero le gustaba escribir las notas de su caso de esa manera anticuada. No podría explicar por qué todo cambiaba a blanco y negro cuando trabajaba en un caso… simplemente sabía que con su mundo en blanco y negro, reunir pistas para resolver un misterio resultaba mucho más sencillo.

Ahora, sentada en la cafetería y escuchando las encolerizadas protestas de sus compañeros, abrió los ojos. El color se escurrió de su vista como la pintura se escurre en líneas en un lienzo blanco. Las paredes amarillas de la cafetería, las bandejas de un rojo brillante sobre las largas mesas de madera, e incluso la gente a su alrededor, todas cambiaron a sus propias versiones en blanco y negro.

Maisy sonrió. Sabía que la directora era una mujer generosa. Le había ayudado una vez a encontrar sus llaves y ella le había dado tres piruletas del cajón de las golosinas que normalmente se reservaban para los profesores. ¡Aquel ni siquiera había sido un caso real! Pero este era bueno. Se preguntó cuántas piruletas de cereza le daría la Directora Hollendar por resolverlo.

Por supuesto, como los demás alumnos, Maisy también adoraba a los pequeños ratoncitos que se habían convertido en las mascotas de la escuela elemental. Realmente la mascota oficial del instituto y la escuela media West Valley era un tigre de mirada feroz —los estudiantes de primaria eran oficialmente conocidos como los cachorros del tigre—; pero el último año Lizzie Franklin había liberado a varios ratones vivos de su hermano, que había intentado usarlos como alimento para su serpiente. Los había traído a la escuela y pedido al profesor de ciencias, el Sr. Brown, que fueran las mascotas de la clase. Al conocer la historia, la Directora Hollendar había insistido en que Lizzie se los devolviera a su hermano, ya que los había robado, pero sus padres habían estado de acuerdo en dejar que Lizzie los tuviera en la escuela mientras la directora y el profesor de ciencias aceptaran. Ambos lo habían hecho, y los ratoncitos llegaron a ser muy populares. Los alumnos habían empezado a verlos como una especie de mascotas no oficiales.

—Tierra llamando a Maisy. Adelante, Maisy.

Maisy rio al darse cuenta de que se había perdido en sus pensamientos. Verónica se levantó y cogió la bandeja de Maisy.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Maisy.

—¿No tienes que resolver un caso? —respondió Verónica, levantando las cejas con curiosidad.

Maisy simplemente sonrió, asintió con la cabeza y rescató la piruleta que había estado reservando para el postre de la bandeja que Verónica estaba a punto de tirar. La desenvolvió y saboreó su delicioso sabor un instante antes de salir de la cafetería.

En su camino hacia el despacho, Maisy se detuvo en su clase para coger de la taquilla algunos objetos que necesitaba. Iba a buscar pistas, y todos los buenos detectives sabían que llevar el control de las pistas era algo esencial.

Una vez se había visto envuelta en un caso simplemente cuando regresaba a casa del parque. Entonces no había estado preparada para que el pequeño Nathan Sanders, un niño de primero, corriera por su jardín, la agarrara por los brazos y le suplicara ayuda para encontrar a su jerbo. El pobre niño había llorado hasta quedarse seco.

A ella le había dado pena y aceptó ayudarle… pero no había tenido su libreta a mano. Había tardado casi dos días en resolver el caso. Si hubiera estado preparada, habría visto la relación de las pistas mucho más rápidamente. Había descubierto que el jerbo estaba atascado en la pared como resultado de las obras que estaban haciendo sus padres. Por suerte, el pequeño jerbo, Pinkie, se había salvado. Después de pasar uno o dos días en su jaula volvió a ser el mismo de antes. Maisy se había prometido no volver a ser sorprendida sin sus herramientas detectivescas. Si hubiese tardado más, el destino del pobre Pinkie habría sido peor.

Estaba terminando en su taquilla cuando oyó el clic-clac de unos tacones altos sobre el suelo embaldosado. Ese sonido sólo podía significar una cosa: se acercaba una profesora. Maisy colocó rápidamente sus cosas para tapar la bolsa plástica de comestibles repleta de piruletas de cereza, agarró su sombrero de fieltro y la libreta y levantó la mirada justo a tiempo de ver cómo la Sra. Kilgore entraba en la sala. Aunque en la cabeza de Maisy la Sra. Kilgore aparecía en blanco y negro, sabía que su vestido era uno verde vivo que llevaba a menudo. Pensó que le quedaba bien, especialmente porque su pelo no era realmente del color gris oscuro con que la estaba viendo: era una masa de rizos oscura, de un rojo cobrizo.

La Sra. Kilgore era una profesora divertida, y a Maisy le gustaba mucho más que el profesor de tercero, el Sr. Thomas. Este tenía un ojo de cristal que siempre le daba vueltas por la cabeza y daba un poco de miedo. Además, solía oler a calcetines sudados. La Sra. Kilgore, por el contrario, olía a vainilla y usaba frases como «¡Chop, chop!» y «¡Vamos a ello!» cada vez que tenía que poner a trabajar a sus alumnos de cuarto. También le gustaba dar muchas palmas cuando decía cosas como aquellas. Es posible que la verdadera vocación de la Sra. Kilgore fuera dar clases de música.

—Hola, Maisy —saludó alegremente la Sra. Kilgore—. Déjame adivinar: Nuestra detective favorita se está preparando para investigar la desaparición de nuestros ratones. ¿Me equivoco? —Rio un poquito y Maisy sintió cómo se ponía colorada.

Le gustaba resolver casos, ayudar a la gente y conseguir piruletas, pero todavía se estaba acostumbrando a que ser detective llamaba la atención de los demás.

—Sí, Sra. Kilgore. He venido a coger algunas cosas para trabajar en el caso.  Maisy sujetaba su sombrero negro con la mano izquierda. Se lo puso en la cabeza e indicó que también necesitaba la libreta que cogía con la mano derecha levantándola y sacudiéndola un poco.

—Vale, simplemente recuerda que el descanso para comer termina en quince minutos. Hasta entonces podrás trabajar en el caso. ¡No llegues tarde a clase! —le guiñó un ojo y caminó hacia su pupitre.

—Gracias, Sra. Kilgore. Me aseguraré de llegar a la clase de matemáticas.

Maisy empezó a irse, pero la voz de la Sra. Kilgore la detuvo.

—¿Has comido algo aparte de esa piruleta?

La cara de Maisy enrojeció todavía más cuando admitió:

—Comí la mitad de mi pizza.

La Sra. Kilgore suspiró, sacudió la cabeza y sacó un plátano de la bolsa del almuerzo que tenía sobre su mesa. Volvió a acercarse a Maisy y se lo entregó.

—Me sentiré mejor si te comes también esto. Además necesitas algo sano. Tienes que poder pensar con claridad si quieres conseguir que vuelvan nuestros amiguitos.

Maisy sonrió y cogió el plátano. Se moría de ganas de empezar el caso y no quería ponerse a comer en aquel momento, de modo que lo metió en su taquilla antes de salir de la sala.

Maisy y El Saqueador (Los Archivos de Maisy Libro 2) - Elizabeth Woodrum

Maisy y El Saqueador (Los Archivos de Maisy Libro 2) - Elizabeth Woodrum

La Tormenta Maelstorm (Serie Gideon Rayne Libro 1) - G.A. Franks

La Tormenta Maelstorm (Serie Gideon Rayne Libro 1) - G.A. Franks