La Oscuridad Que Se Avecina - Susan-Alia Terry
Traducido por Mario Gabino Sánchez Hernandez
La Oscuridad Que Se Avecina - Susan-Alia Terry
Extracto del libro
“No te vas a poner eso.”
Suprimiendo un suspiro, Kai miró hacia abajo y vio su ropa cambiar. En lugar de pantalones negros, playera y botas, ahora estaba vistiendo un atuendo hecho a la medida de color crema bronceado—con mocasines. Odiaba los mocasines. Volteó, esperando a que su amado entrara al foyer.
Lucifer, con el cabello blanco y suelto sobre sus hombros entró al foyer, trayendo un gato negro recién comprado en brazos y fijó sus ojos grises sobre él. Para alguien que siempre vestía algún tono de blanco— ¿y quién iba a decir que existían tantos? —Lucifer siempre tenía algo que decir sobre la vestimenta de Kai. De hecho, Lucifer lo vestía con tanta dedicación y fervor que alguien menos amigable — y Kai era muy amigable — lo llamaría obsesionado. Por eso Kai había tratado escapar de la casa antes de que Lucifer lo viera.
“Vamos Luc, eso no es práctico y lo sabes” dijo Te, alcanzándolos en el foyer y cambiando de ropa a Kai nuevamente por la que originalmente traía. “Cómo esperas que vaya a una operación de reconocimiento y recuperación con esa ropa y mocasines, no lo entiendo”
“Gracias,” dijo Kai, sonriendo.
“Vivo con filisteos,” dijo Lucifer con una mueca. “Lo mínimo que podrías hacer sería utilizar seda.” Ahora Kai vestía una camisa de seda negra y se negó a aceptar que le gustaba cómo se sentía.
“¿Ya terminaron de cambiarme?” preguntó, intentando sonar exasperado pero sólo logrando sonar con conformidad.
Te se rio. De su piel morena y el brillo de su cabeza calva hasta el arete de oro y sus dientes blancos, Kai tuvo que recordar algún tiempo cuando los ojos plateados de Te no estaban llenos de buen humor. Siempre vestido pulcramente, compartía con Lucifer una inclinación por la ropa linda y cara. Sin embargo, a diferencia de Lucifer, Te nunca había encontrado algún color que no le gustara o con el que no se viera bien. Su traje del momento era rojo a rayas, para completarlo un sombrero de hongo, corbatín y botines.
Lucifer les dirigió su mirada especial y, con su nariz alzada, se dirigió a la sala adyacente. Sentándose en un sillón al cual alargó, posando su cuerpo estirado de tal forma para crear mejor efecto visual. El gato imitó su movimiento y se estiró sobre él. Después de más de setecientos años juntos, Kai nunca se aburría de ver al que consideraba su pareja. Lucifer lo llenaba de fascinación y tenía su amor y devoción.
Te entró en la sala después de Lucifer y tomó asiento en un sillón y puso sus pies sobre el pedestal. Siempre era sorprendente ver que los muebles viejos y delicados de la casa no parecían protestar cada vez que Te se sentaba sobre ellos. Pero su tamaño era engañoso. Era cierto que medía casi dos metros y fornido, pero su personalidad, parecida a la de Lucifer, lo hacía ver aún más grande.
“¿Qué hay de bueno hoy?” preguntó Te cuando se prendió la televisión de sesenta pulgadas.
Lucifer nunca mantuvo en secreto que odiaba a los humanos. De hecho, hacía todo lo posible para exponer este odio a cuanta persona lo escuchara. Eso no significaba, de ninguna manera, que no disfrutara de la comida, ropa y aparatos creados por ellos. La casa estaba llena de lo que fuera que le atrajera, incluyendo lo último en tecnología.
“Amas de casa.” contestó Lucifer mientras cambiaba los canales.
“¿Ese es el que tiene a Kendra?” preguntó Te, apareciendo un plato de palomitas sobre sus piernas. Cuatro gatos más aparecieron de la nada y se posicionaron alrededor de las dos figuras.
“No la Kendra en la que estás pensando, no”
El demonio grande hizo una mueca y se metió un puño de palomitas a la boca.
Kai se recargó en el marco de la puerta, dándose un momento para disfrutar a su pequeña familia.
“Espera, espera. Regresa,” dijo Te.
“¿Es La semilla del diablo?” preguntó Lucifer, regresando al canal solicitado. “Oh, lo es, casi se me pasa— ¡buena vista!” Volteó a ver a Kai y lo llamó con el dedo. “Ven, sabes que quieres quedarte.”
Estaba en lo correcto. La semilla del Diablo era una de sus películas favoritas y las ganas de unírseles eran grandes, pero tenía trabajo que hacer. Kai retrocedió hacia el perchero que estaba por la puerta y tomó su gabardina de cuero.
“Tengo que irme,” dijo disculpándose y poniéndose la gabardina. “Te, ¿te molestaría darme un aventón?
Te volteó y sonrió. “¿Estás seguro? Gregory no se va a ir a ningún lado.”
“Estoy seguro.”
“Entonces, claro, sin problema. Feliz cacería.”
Con una última señal de adiós, Kai desapareció.
Estrella Roberta Maxwell estaba sentada en su escritorio contemplando matar a su jefe con el abre cartas — o mejor aún, la engrapadora, tomaría más tiempo. Nada era lo suficientemente bueno para Guillermo Ford Gregory III.
“Estrella, ¿ya enviaste esos número a Ginebra por fax? ¿Por qué tardas tanto? Tráeme otro café— éste está frío,” gritó a través de la puerta abierta William Ford Gregory III también conocido como El Gilipollas.
Cuando caminó hacia la puerta para responderle— ella pensaba que gritar en el lugar de trabajo era poco profesional— maldijo el nombre elegido por su madre y sus aspiraciones para ella por la enésima vez desde que había llegado a trabajar aquí. Presentarse como Roberta había sido en vano. El hombre había visto su nombre completo y después de verla por primera vez, prefería recordarle que se llamaba Estrella para recordarle que no lo era y nunca lo sería.
Diciéndose a sí misma nuevamente que este era sólo un trabajo temporal y que una vez que se terminara la semana podría quemar al hijo de puta, contestó educadamente, “Envié el fax hace veinte minutos. Pasan de las dos de la mañana en Ginebra, así que dudo que haya alguien para recibirlo.” Regresó a su escritorio y tomó su café.
“Claro que hay alguien. Para eso les pago. ¿Dónde está mi café? Lenta y tonta. Me hace pensar por qué te pago.
Roberta suspiró y trató de no perder la cabeza. “Llamaré a Sr. Prideaux y le traeré su café enseguida, Señor.”
Intentó que el “señor” sonara como un “chíngate” pero falló. Recordó su educación y no le permitió ser grosera con su jefe, sin importar qué tan grosero era él con ella. Se apuró a salir de la oficina, pensando qué hacer primero— el café o la llamada. De cualquier forma estaba jodida, así que rellenó la taza, sin hacer café nuevo, echando igual los sedimentos que quedaban en el café. Si no podía decirle que se fuera a chingar a su madre, podía por lo menos joder su café. Con una pequeña sonrisa, regresó con el café y lo puso sobre su escritorio.
Una vez fuera de la oficina, hizo la llamada a Suiza, preparándose mentalmente para decirle al Gilipollas que nadie contestaba.
Alguien contestó en el tercer repique. “’Allo?”
Roberta se llenó de alivio. “Sí, es el señor William Ford Gregory III llamando al señor Pierre Prideaux.”
“Habla Pierre.”
“Un momento por favor.”
“Señor Gregory, tengo al señor Prideaux en la línea, lo estoy transfiriendo ahora.”
“Pierre, hijo de puta, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu hermosa esposa? Excelente. ¿Le llegó el regalo que le mandé a tu pequeña? Le encantó ¿no? Bien, bien. Sé que es tarde y en serio te lo agradezco. Escucha, mi chica dice que mandó el fax. Y entonces, ¿lo recibiste? ¿Sí? Está bien, esto es lo que tenemos que hacer…”
Roberta cerró la puerta de la oficina cuidadosamente, logrando callar su voz. Podía sentir que sus ojos y nariz le picaban, los cerró y sostuvo la respiración, negándose a llorar. Escuchar que se disculpara sinceramente con voz de preocupación unos segundos después de haberle gritado le hizo querer llorar— ¿cómo podía ser tan bueno con todos menos ella?
Sólo tres días más, se dijo a sí misma. Tres días más y me largo de aquí.
Cubierto por las sombras, Kai se sentó en la muralla alta rodeando el complejo Gregory. Había pasado dos días ahí, viendo a la gente ir y venir, y quería terminar con este trabajo. El complejo donde vivía y trabajaba Gregory era una cosa tan grande y enredada que cubría al menos quince hectáreas de tierra en el norte del estado de Nueva York, como a una hora de la ciudad. El camino de entrada era largo y se curveaba hasta llegar a los edificios principales que se encontraban escondidos por el follaje del camino serpenteante. Cámaras de vigilancia se encontraban por todo el paisaje, dando protección más que necesaria a la entrada. Había guardias parados en la entrada y en un punto de control más cerca de los edificios, Kai lo sabía. De todas formas, la seguridad no era mucha y no sería un gran problema.
Lo que podría ser un problema, eran los gatos. Estaban por todos lados— rondando por los árboles, cazando, jugando entre ellos, tirados en el piso. No podía ver algún lugar que no estuviera lleno de estas bestias. No había forma de acercarse al edificio sin causar un desorden. Sin duda, Gregory había anticipado un ataque de Te y estaba preparado para ello.
Una esencia de ozono con canela llenó sus fosas nasales y sonrió un poco. “Uriel. Y yo que pensaba que me habías abandonado.”
“Cuidado vampiro, no te vayas a acostumbrar,” respondió Uriel
“Como si fueras a dejar que eso pasara.”
Kai se volteó para ver al arcángel, viendo si su respuesta había sido mucho. A pesar de que Uriel siempre lo acompañaba en estos trabajos, Kai apenas comenzaba relajarse en su presencia y aún se sentía algo incómodo con sus bromas. Como siempre, a Uriel no parecía molestarse— aunque Kai no tenía idea cómo se vería si esto pasara.
Vestido con una túnica negra con acentuaciones rojas, pantalones negros y botas de cuero negras, el cabello rojizo de Uriel, que le llegaba hasta el hombro enmarcaba sus facciones atractivas que parecían estar tallados en piedra, por la expresión que tenía. Kai se preguntaba si la piel de Uriel se rompería si llegase a sonreír.
Uriel ni lo miraba, en lugar de esto sus ojos comenzaron a ver todo el terreno. También era algo que hacía sentir incómodo a Kai, la mirada pesada de Uriel, que parecía que lo estuviera juzgando, como si no fuera lo suficientemente bueno— lo cual a juzgar por los desaires que le hacía, probablemente era verdad. Uriel era bien conocido como un asesino y fanático. Creador de grandes destrucciones tipo Sodoma y Gomorra le daban reputación— esta versión de él tan servicial no le ayudaba. De toda la familia de su amante, Kai dudaba que alguna vez se fuera a sentir cómodo con Uriel.
“Parece que tienes un problema,” dijo Uriel.
“Tan sólo una molestia,” respondió Kai, pretendiendo no haber estado en esa pared por dos días debido a los gatos. En ese momento Uriel además de subrayar lo obvio lo hacía sentir súper inadecuado para el trabajo.
“¿Cómo pensabas pasar los gatos?”
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