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Vidas Contrastadas - Leah Dempster

Vidas Contrastadas - Leah Dempster

Traducido por Maria Jimenez

Vidas Contrastadas - Leah Dempster

Extracto del libro

Deslizando la llave dentro de la ranura, Matt abrió la puerta y entró a la habitación del hotel.  Después del intenso calor que se sentía al exterior durante el mes de julio, el aire fresco bombeando constantemente por el aire acondicionado de la lujosa habitación, fue un agradable respiro.  Con incertidumbre, se puso de pie junto a la puerta durante un par de segundos, y a continuación soltó el mango escuchando como ésta se cerraba con un silencioso silbido. ¿Qué demonios estaba haciendo?  El sudor frío sobre su frente no tenía nada que ver con el calor al exterior, y sí mucho que ver con la razón por la cual estaba de pie en una maldita habitación de hotel a las tres en punto de la tarde.

Él era un policía, por el amor de Dios.  Esto era un error, un error de juicio, del cual él sabía que iba a arrepentirse más adelante.  Tocando ligeramente la llave con las uñas de sus dedos, se debatió durante un minuto, tratando de decidir si quedarse o darse vuelta, regresar al vestíbulo, pagar la cuenta e irse inmediatamente.

El problema era que había estado angustiadamente solo, una situación que no había mejorado durante dieciocho largos meses.  Necesitaba a alguien, quería desesperadamente una mujer con quien hablar, que le ayudara a soportar su situación.  Aunque sólo fuera por un rato, quería pensar que alguien se preocupaba por él.  Con seguridad tenía un montón de gente que se preocupaba por él, pero no de la forma en que él lo necesitaba en ese momento.  El dolor era constante, acumulándose en sus costillas hasta sentir que su pecho iba a explotar.

Todo esto era culpa de Paul.  Fue una sugerencia suya, después de unas cuantas cervezas el viernes en la noche, lo que hacía que Matt estuviera allí parado en ese instante.  Paul Mecelli era un compañero extraordinario, un buen hombre y un amigo leal.  El venía incitando a Matt —desde hacía ya varios meses— que comenzara a salir de nuevo con una mujer; insistiéndole en volver a la acción.  Cuando Matt había refutado, Paul lo había provocado sin parar hasta hacerle perder la compostura, para finalmente gritarle que él no tenía ni idea de cómo invitar a salir a una mujer.  Había pasado mucho tiempo, él estaba muy viejo, y en primer lugar no se sentía cómodo con tal sugerencia.  De ahí venía entonces la idea de Paul, quien conocía a alguien que podría ayudarle a Matt.  Inicialmente Matt había rechazado la idea de plano, sobre todo una vez que Paul le había explicado exactamente lo que su plan implicaba.

Pero él necesitaba desesperadamente una mujer.  Al principio, no había sido tan difícil lidiar con ello, él había estado tan sumergido en su dolor, y con un excesivo sentido de pérdida, que la idea de sexo era completamente ajena a él.  Sin embargo, ahora después de que los meses habían pasado y su deseo sexual había vuelto, frecuentemente se encontraba con erecciones capaces de incrustar clavos en la pared y no era capaz de aliviar el problema por sí mismo.  Por qué no podía, él no lo sabía.  Él no era siquiatra, y realmente no tenía intenciones de visitar uno.  Todo lo que él sabía era que necesitaba la suavidad de una mujer, el confort que una mujer podía brindarle, y nada más iba a aliviarle ese dolor perpetuo.

—La última oportunidad, Matty.  Te quedas o te vas, —se murmuró la pregunta a sí mismo, mirando alrededor de la habitación en búsqueda de una respuesta que no estaba fácilmente disponible.  Era una habitación agradable, el hotel estaba en el centro y lejos del distrito en donde él trabajaba, lo último que necesitaba era que alguien lo viera entrar allí y que adivinara lo que estaba haciendo.

—¡Mierda! ¿Podría realmente seguir adelante con esto?

Recordando el consejo de Paul, decidió permanecer, al menos el tiempo suficiente para conocer a la mujer.  Siempre podía arrepentirse.  Ignorando la voz dentro de su cabeza, aquella que intentaba decirle que era un cobarde, Matt cruzó la habitación y se agachó para estudiar la pequeña caja de seguridad que se encontraba en el piso del guardarropa.  Sacó la billetera de su bolsillo trasero y la colocó en la caja de seguridad, junto con su placa, y las llaves de su automóvil.  A pesar de que Paul le afirmara que ésta era una buena mujer, Matt no quería correr el riesgo de que lo dejara limpio.  Tantos años de trabajo en la policía lo había convertido naturalmente cauteloso con los extraños.

El baño lucía esterilizado, blanco puro y limpio resplandeciente.  Matt se echó agua sobre la cara, mirando su propio reflejo en el espejo antes de quitarse la humedad de su piel.  La persona que lo miraba en el reflejo no lucía terriblemente mal, considerando por lo que había pasado los pasados dieciocho meses.  Unas cuantas líneas adicionales alrededor de sus ojos.  Su cabello oscuro estaba empezando a mostrar algunas canas sobre sus sienes.  Él pensaba que aún lucía bien para ser un hombre iniciando sus cuarenta, y por enésima vez se cuestionaba la decisión que había tomado. ¿Qué pasaría si no le pareciera atractiva?  ¡Mierda!  ¿Qué tal si no se le parara, después de todo esto?  —Sus pensamientos fueron suficientes para empaparse en sudor frio nuevamente y lavarse su cara por segunda vez.

Un suave golpe a la puerta de la habitación lo sobresaltó, sujetó el lavabo por unos segundos, respirando profundamente.  Con una última mirada a su reflejo en el espejo, exhalo un profundo respiro y caminó hacia la puerta, sintiéndose como un hombre condenado que se dirigía hacia la horca.

Cuando abrió la puerta, se hizo evidente que no iba a tener problemas de excitación.  Su pene tenía juicio propio, tomándole solamente algunos segundos en ponerse duro como una piedra mientras miraba silenciosamente a la mujer parada en el pasillo.

Ella no era una mujer alta, ni siquiera en sus elegantes tacones; no podría medir más de un metro setenta.  Impecablemente arreglada con un corto y atractivo vestido negro, sus piernas desafiaban su corta estatura, dando la impresión de ser más largas, perfectamente formadas, y él se moría de ganas de pasar sus dedos por las suaves y brillantes medias negras que llevaba puestas.  El vestido acentuaba perfectamente sus senos, su angosta cintura y sus curvilíneas caderas.

Matt forzó la mirada hacia su cara, advirtiendo una sonrisa en sus labios y dándose cuenta de que la estaba detallando por más tiempo del que debía.

Ella le ofreció su mano y él la tomó, disfrutando la suavidad de su piel. 

—¿Matt?  Soy Sienna.

—Hola Sienna.  Pasa.  —El dio un paso atrás y ella entró a la habitación, dándole la oportunidad perfecta para descubrir que su figura trasera era tan endiabladamente atractiva como la delantera.  No parecía posible, pero él se excitaba aún más mirando la suave cadencia de sus caderas al caminar.

Empujando la puerta para cerrarla, él la siguió dentro de la habitación, y permaneció torpemente junto al televisor.  —¡Mierda!  Él nunca había sido torpe en su vida.  ¿Qué se supone que debería hacer ahora? ¿Habría un protocolo para este tipo de situaciones?  Nunca en su vida había estado con una prostituta, aunque había conocido bastantes y arrestado otras tantas, sin interés alguno por llevar la cuenta, nunca se había reunido con una de ellas para tener sexo.  Hasta ahora.

 Sienna colocó su bolso sobre la mesa y se volvió hacia él.  —Es un placer conocerte, Matt.

—Tú no pareces una prostituta.  —Las palabras salieron de su boca antes de poner a funcionar su cerebro y la sombra que cruzó sus bellas facciones no pasó desapercibida por él.

—Matt, Soy una dama de compañía.  Y curiosamente, tu pareces un policía. —Ella arqueó su ceja—.  ¿Es esto una emboscada?

—¿Qué?  No, no en absoluto.  —Quería tranquilizarla y darle a entender que no quería que se fuera.  Él no quería estropear el momento, aun cuando no estaba seguro si podría llegar a tener relaciones sexuales con ella—.  ¿Realmente piensas que, si esto fuese una trampa, Paul me hubiese facilitado tu teléfono?

Sienna lo pensó unos segundos antes de responderle.  —Me imagino que no.  Él es un buen hombre.

—Sí, —admitió bruscamente—. Sí que lo es.

—¿Es tu compañero de trabajo?  —Supuso ella.

—Si. Hace ya ocho años.  —Ella era una cosita linda; tez suave y rosada, labios capullo de rosa, brillantes ojos azules que se llenaron de una miranda inquisitiva mientras lo observaba en silencio.  La palabra bonita le quedaba corta, Matt rectificó devolviéndole la mirada, no era simplemente bonita, ella era hermosa.  La sangre que corría por su ingle pulsaba dolorosamente mientras pensaba lo que le gustaría hacer con esos labios e imaginaba como introducirse profundamente en su boca.

Hubo un silencio pronunciado mientras se miraban con cautela el uno al otro y Matt maldijo su falta de experiencia.  ¿Qué se suponía que debía hacer?  ¿Qué diría a continuación?  Hacía más de quince años que había salido por última vez con una mujer, y esto no era precisamente una cita amorosa, se recordó a sí mismo con firmeza.  Esto era un acuerdo de negocios, estaba pagando por sexo, la mujer que estaba parada enfrente de él era una prostituta quien vendía su cuerpo para ganarse la vida.

—¿Te gustaría que me desnudara? ¿O preferirías si te desvisto primero? 

—preguntó Sienna cortésmente.

Matt suspiro profundamente, pasándose los dedos por su cabello.  No le gustaba ninguna de las dos opciones.  —¿Podemos tomarnos algo primero? ¿Tal vez hablar un poco?  —Él se encogió internamente, sabiendo que había sonado como un tonto.

Sienna lo estudió por un largo momento, antes de asentir.  —Claro.  —Ella saco una silla que estaba debajo de la mesita y se sentó, cruzando sus piernas con delicadeza.  Matt echó un vistazo al contenido de la neverita—. ¿Cerveza? ¿Vino? Aquí hay Chardonny y Merlot.

 —¡Ah! realmente preferiría una bebida sin alcohol, regálame una limonada.

Matt sacó la soda de la nevera y la vació a un vaso antes de entregársela.  Él tomó una Corona para él y bebió un trago de la botella antes de sentarse.  Tenía la oportunidad de estar con una hermosa mujer, pero estaba allí sentado acariciando una cerveza.  ¿Qué demonios estaba haciendo?

El incómodo silencio se extendía por un largo minuto, y luego dos.  Sienna estudiaba discretamente al hombre sentado frente a ella junto a la mesa.  Él era alto, de hombros anchos y musculosos.  Con su sólida apariencia, lucía un poco ridículo sentado en una endeble silla y ella se imaginaba que debería sentirse mucho más cómodo en una gran reclinable silla de cuero.  El traje gris oscuro ocultaba lo que ella imaginaba como un cuerpo bien tonificado, pero al paso que al cual él se estaba moviendo, dudaba que iba a llegar a conocerlo detalladamente antes de finalizar la tarde.  En la mayoría de sus citas no había pérdida de tiempo; comenzaba a trabajar inmediatamente.  Ella tenía un par de clientes a quienes les gustaba hablar y eso le parecía bien, pero este hombre parecía querer salirse de su propia piel.  Su nerviosismo no correspondía con la fuerza y poder de su físico, ni con la dureza de su mandíbula cuadrada.  Podía ver el músculo de su mandíbula temblando mientras acariciaba la Corona y miraba hacia todos los lados del cuarto, menos a ella.

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