Los Costeros (Esqueletos en el armario Libro 2) - A.J. Griffiths-Jones
Traducido por Patricia Mónica Marcucci
Los Costeros (Esqueletos en el armario Libro 2) - A.J. Griffiths-Jones
Extracto del libro
Grace Thomas estaba en el medio del planchado de una pila de manteles de algodón blanco cuando escuchó una fuerte explosión, seguida por los desvaríos de alguien maldiciendo, viniendo desde el jardín. Ella cuidadosamente dejó la plancha, se inclinó hacia adelante, apoyó su nariz contra el frio panel de la ventana para ver de dónde los ruidos habían venido. Como siempre no era nada. Bueno, nada fuera de lo ordinario de cualquier manera.
El marido de Grace, Dick, había estado intentando colocar otra losa en el patio pero había perdido su agarre y el pesado bloque de concreto había caído al suelo, destrozándose en cuantiosos trozos mientras caía. Dick no estaba lastimado, él se veía sin embargo que su ego estaba dañado, y se quedó parado contemplando la losa rota en frente de él con una apesadumbrada mirada en su rostro.
“Atontado’, Grace murmuró para ella misma mientras volvía a su trabajo, “¡Aquel hombre ganaría un premio por ser el trabajador más lento del mundo!”
Ella se preguntaba si sería capaz de servir comidas afuera cuando el tiempo bueno llegara, a este ritmo parecía muy dudoso. Si sólo me hubiera casado con un hombre rico, Grace reflexionaba. Aunque, el único hombre remotamente rico en su ciudad había sido Rhys Pugh, y él se había mudado años atrás. Ella miraba alrededor de la cocina y se encogía de hombros. La mayoría de los electrodomésticos estaban en buenas condiciones, aunque ellos habían sido heredados de sus padres o los padres de Dick. Las paredes ciertamente necesitaban una fresca capa de pintura pero no había urgencia y las baldosas del piso brillaban debido a un riguroso pulido. La vida podría haber sido mucho peor, Grace estaba bien consciente de eso, pero en los meses de invierno cuando los huéspedes eran pocos y poco frecuentes, su casa estaba siempre un poco silenciosa.
Los pensamientos de Grace no eran una reflexión sobre el amor que ella sentía por su marido, simplemente era una cuestión de verdad. Ya ves, Dick había estado arreglando el patio por casi doce meses, fastidiosamente rastrillando la tierra, colocando la losa, reubicando la misma pieza de concreto y luego necesitando descansar por cinco días antes de comenzar todo el proceso nuevamente. Él afirmaba que tenía mal la espalda pero Grace pensaba que era una enfermedad llamada ‘Vagancia’. Su madre le había advertido que todos los hombres sufrían de esto, especialmente cuando había importantes cosas que hacer en la casa. Pero Dick era lo suficientemente cariñoso, de una manera suya muy simple. Él siempre le daba a Grace un pico en su mejilla antes de irse a dormir a la noche, nunca le tenía que decir que sacara la basura y ocasionalmente le compraba una pequeña caja de chocolates, justo como para demostrarle su cariño.
Los Thomas dirigían una casa de huéspedes mirando al mar, bueno, si la verdad fuera dicha, Grace lo hizo con muy poca ayuda de Dick. El a veces se ofrecía a ayudar a los huéspedes para dejar la habitación, y ocasionalmente se las arreglaba para reparar una cañilla que goteaba o un zócalo roto, pero era su esposa quien veía la mayoría de los días el funcionamiento del negocio. Ella nunca admitiría esto en público, pero a Grace le gustaba tener todo bajo control. La pareja había heredado el establecimiento de los padres de Grace unos diez años atrás y, siendo criada en las habitaciones, ella encontró el día a día a la vez agradable y gratificante. La propiedad estaba a unos pocos pasos de un camino acantilado. Blanco e independiente, con hiedra creciendo alrededor de la puerta, lo visitantes lo veían enorme cuando ellos se iban acercando. Tres de las ventanas del frente daban hacia la playa de abajo y estas eran las que Grace llamaba sus ‘mejores habitaciones’. Espaciosas e inmaculadas, con cómodas camas dobles, ningún mejor hospedaje podría encontrarse en la ciudad, por lo tanto desde Pascuas a Halloween, los Thomas hicieron un buen vivir de los negocios que se les concedieron. Grace lo había tomado como un pato al agua. Era realmente una pena que Dick se sintiera como un pato también, pero uno muy afuera del estanque y sus alas invisibles aleteaban inútilmente mientras trataba de aguantar las demandas de su esposa. Era una espina de contención que Grace fuera la que viera por casi todo. Con el paso del tiempo ella empezó a molestarse de que Dick parecía desaparecer cada vez que el teléfono del vestíbulo sonaba. Grace no entendía que fuera tan difícil hacer una reserva. Un gran libro encuadernado en cuero estaba sobre la mesa del hall, con líneas dibujadas verticalmente sobre las paginas para mostrar claramente las habitaciones que estaban reservadas y cuales estaban vacantes un día en particular. Sin embargo, tenía que haber solo un tintineo para que Dick se fuera rápidamente en la dirección opuesta, o fingiera dormir si sucedía que él estaba en su silla. Grace sabía que Dick no tenía problemas de hablar con extraños, él siempre tendría algo amable o interesante que decir a sus huéspedes, y escribía con una letra cursiva impecable, entonces ella realmente no podía entender porque era tan difícil escribir unos pocos detalles en el diario de reservas. Al menos por supuesto que el estuviera aterrado de provocar la furia de su esposa si cometía un error, como él había hecho una vez en los tempranos días de su matrimonio. Si, así era esto, Grace suponía, ella no había hablado con él por una semana después que Dick había reservado estúpidamente la misma habitación para dos parejas diferentes un verano. Él obviamente deseaba evitar un momento similar.
De parte de Dick, él pensaba que Grace era increíble, pero a través de los años se había vuelto distraído sobre sus propios errores. Él vio el proyecto del patio como un trabajo en progreso, con una fina atención a los detalles siendo la orden del día. Él estaba también ignorando las horas que desaparecía. Cada mañana avanzaba con pesadez por las escaleras para desayunar antes de una caminata corta hasta el kiosco. Dick no tenía permiso de que le dejaran el diario en la puerta, Grace solo había arreglado eso para ‘huéspedes que pagan’ como ella los llamaba, además su esposo siempre estaba diciéndole que le gustaba un poco de brisa de mar para empezar el día. Cuando volvía del negocio, Dick pasaría una hora en el sillón más suave de su sala, hojeando las páginas con tranquilidad. Después pasaría otros treinta minutos eligiendo a que caballos apostar cada tarde. Dick Thomas estaba muy orgulloso de su habilidad para elegir un ganador, pero aún por más orgulloso del hecho que estuviera él tenía su secreto guardado cuidadosamente de su esposa. Ya ves, cada tarde Grace escribiría una lista de productos que ella necesitaba que Dick recogiera del mercado o de la tienda, y cada tarde su marido iría sin prisa a comprarlos, con un leve desvió al negocio de apuestas.
Entonces, comprensiblemente, para la hora que Dick había conseguido el diario, lo había leído, había desayunado y almorzado, había elegido los corredores de ese día, había consumido seis tazas de té y hecho su viaje para las compras diarias, él estaba demasiado exhausto para hacer algo mas. Dick tenía punzadas en su espalda, era el resultado de haberse caído de la motocicleta algunos años atrás, pero esa no era la razón que el jardín no estuviera progresando tan rápido cómo su esposa hubiera querido, era simplemente un caso de no ser muy bueno en esto. A él no le importaba la excavación, el suelo era suficientemente suave, parecía que no podía simplemente poner las losas derechas. Grace le había dicho muy claramente que quería el patio terminado para el verano. Ella no había aclarado cual verano.
Grace miró rápidamente hacia afuera otra vez. Dick estaba aún parado allí, pero ahora con una mano en el bolsillo de su pantalón y la otra fregando su frente con un pañuelo gigante, como si estuviera esperando que alguien viniera a ayudarlo a resolver este desastre. Ella aún lo amaba, después de haber estado juntos por veinte años, pero ahora las cosas habían cambiado. Atrás quedó el joven suave y sofisticado recién llegado de la guerra, con su ostentosa sonrisa y su pelo con gel, quien acostumbraba llevarla en su brillante motocicleta roja. Ella veía muy poco de aquel joven en su esposo. Hoy en día Dick estaba casi completamente pelado, con sobrepeso, y siempre cansado. Nunca había tenido un día completo de trabajo y Grace a menudo pensaba cómo una persona que hacía tan poco podía pasar tanto tiempo en cama o profundamente dormido en su sillón. Aunque, Dick era amable y nunca le había levantado la voz, entonces ella le había permitido ser.
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