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Magia Navideña En El Retiro De Escritores - Julia Sutton

Traducido por Natalia Steckel


Magia Navideña En El Retiro De Escritores - Julia Sutton

Extracto del libro

—¡El té está servido! —Grité las palabras con la esperanza de que atravesaran las paredes y llegaran a la sala de estar, donde mi padre y mi hermano están sentados mirando el noticiario de la tarde. El calor del horno me da en el rostro al abrir la puerta para sacar la bandeja de empanadas. Están doradas, cocinadas a la perfección y huelen delicioso. Las coloco en cuatro platos, y luego regreso rápido a la cocina para sacar las papas fritas del horno superior y para revolver los frijoles burbujeantes—.¡La comida está servida! —vuelvo a gritar. Oigo el chirrido de la puerta de la cocina al abrirse. Papá entra sin prisa, con su pijama a rayas y rascándose la cabeza; parece que está listo para irse a la cama.

—¿Dónde está Robbie?—Mi hermano menor quien, por lo general, es el primero en sentarse a la mesa, no está por ninguna parte.

—Hablando por su móvil. —Papá señala con el pulgar por encima del hombro—. Tiene uno nuevo.

—¿De dónde demonios sacó dinero para eso? —pregunto mientras, con una cuchara, coloco con cuidado los frijoles junto a las empanadas.

—Quizá es mejor no preguntar —responde papá. Descorre una silla, y se deja caer en ella.

Soplo un mechón de cabello para quitármelo de los ojos mientras hurgo en los estantes en busca de condimentos.

—Sírvete papas, papá.

—No me gustan mucho las de supermercado —refunfuña al tiempo que les agrega ketchup.

—Bueno, no queda mucho dinero para comprar comida. —Dejo que mi voz se apague, y sonrió al verlo llevarse el tenedor a la boca.

Robbie entra despacio a la cocina, pasándose la mano por su pelo oscuro y enmarañado.

—¿Otra vez empanadas?

—Oh, ya dejen de quejarse. —Me siento, y sonrío ampliamente—. Esta es una comida saludable, y traje torta de la pastelería para el postre.

Los ojos de Robbie se iluminan ante la mención de algo dulce.

—¿Torta de chocolate?

—Sí —confirmo—. Con crema fresca.

—¿Dónde está tu tía Josie? —pregunta papá.

—Ya vendrá —contesto, mirando el reloj. Dos minutos antes de las seis, alguien golpea a la puerta, y Bertie, nuestro perro Labrador dorado, sale de su cama y va patinando por el pasillo.

—¿Por qué tiene que venir a comer todas las noches?—Robbie hace una mueca y remueve los frijoles—. ¿Tengo que comerme ésto?

—Así es —respondo, y trago un trozo de empanada de carne—. Es una de tus cinco porciones diarias, y ya sabes que la tía Josie está sola.—Le revuelvo un poco el cabello de camino a la puerta principal, y lo oigo chasquear la lengua ante mi demostración de afecto de hermana. Bertie tiene el pelo del lomo erizado y está gruñendo hacia el panel de vidrio.

—Hola, Lou. —La tía Josie entra deprisa, sacudiéndose las gotas de lluvia de su cabello recién arreglado—.Está lloviendo a cántaros. Se viene el invierno.

—Recién estamos en noviembre; en teoría, seguimos en otoño —respondo mientras tomo su abrigo y bufanda—. ¿Estuviste en la peluquería?

Josie se toca sus rizos color lila.

—¿Te gusta? La aprendiz de peluquera me convenció de cambiar mi azul habitual.

—Se ve muy bien. Entra, la cena está en la mesa.—La sigo por el pasillo, de regreso a la cocina. Robbie tiene los pies sobre la silla vacía. Los quito de un golpe, irritada por su falta de educación, y le pido a la tía Josie que se siente.

—¿Qué tal estuvo la escuela? —le pregunto a mi hermano de quince años.

Robbie mastica con lentitud, pensando en otro día en la academia Hayes.

—Bien. —Agacha la cabeza para evitar mi mirada.

—¿Hiciste el ponqué de uvas pasas?—El día anterior lo había pasado hurgando en los estantes del supermercado en busca de los ingredientes necesarios para su clase de economía doméstica. No había harina ni pasas de Corinto, por lo que tuve que correr al otro lado de la ciudad hasta otro supermercado, durante mi hora de almuerzo.

—Emmm... esteee... no.

—Ah.—Coloco el tenedor en la mesa y estoy a punto de interrogarlo cuando suena el teléfono.

—Si llaman de ese centro de atención al cliente en la India, diles que me mudé a Corea del Norte.—Papá sonríe con satisfacción al tiempo que atiendo el teléfono.

Una mujer con acento elegante saluda y se presenta como la señora Frostrich.

—¿La directora? —pregunto al tiempo que trago saliva por el temor y fulmino con la mirada a Robbie, quien se puso pálido.

—¿Habla la señora Henry?

—Señorita Louise Henry —respondo—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Ah, lo siento, señorita Henry. Me preguntaba si podríamos hablar sobre Robbie.

Salgo de la cocina hacia la sala y busco el control remoto para silenciar el televisor.

—Sí, por supuesto. ¿Está todo bien?

La directora respira profundo.

—Robbie ha estado faltando a clases, señorita Henry. «¡Oh, no, no otra vez!». Me dejo caer en el sofá.

—Esta semana, hasta el momento, no asistió a Inglés, Francés ni Economía Doméstica. ¿Hay alguna razón para sus ausencias?

Las palabras salen volando de mi boca antes de poder pensar.

—Ha tenido catarro... y estuvo mal del estómago.—Me sonrojo, avergonzada por mis mentiras.

La directora resopla.

—La política de la escuela exige una llamada telefónica para informar sobre cualquier enfermedad, señorita Henry, no solo el primer día, sino también los días subsiguientes.

—Lo siento mucho. —Aprieto con fuerza el teléfono—. Le prometo que no volverá a suceder.

—Así lo espero —expresa la señora Frostrich cortante—. De lo contrario, tendremos que involucrar al inspector de ausentismo, y eso implicaría una serie de visitas a domicilio.

—De acuerdo. —Mi cabeza comienza a latir.

—Señorita Henry... —El tono de la directora se suaviza un poco—. ¿Está todo bien en casa?

—¡Sí!—Me levanto de un salto—. Todo está bien.Es solo un malentendido. Robbie asistirá mañana, como siempre.

—Muy bien. Que tenga buenas tardes, entonces. —La línea queda muerta.

—¿Qué quería? —pregunta papá, cuando me siento a la mesa otra vez.

Miro furiosa a mi hermano menor, quien está ocupado cortando una porción de torta.

—Él volvió a sus viejos trucos.

—¿Qué hizo ahora? —pregunta papa riendo.

—No es gracioso. —Suelto un suspiro exasperado—. ¿Por qué has faltado a clases, Robbie?—Miro a mi hermano, quien me observa con ojos inocentes y bien abiertos.

—No lo sé. —Se lame la crema del dedo medio y encoge los hombros con despreocupación.

—¡Esa no es una buena razón! —chillo, indignada por su actitud frívola—.Tu educación es importante, Robbie. Es el año de tus exámenes de certificación secundaria. ¿Cómo entrarás a la Universidad sin ninguna certificación?

Papá infla el pecho.

—Escucha a tu hermana, hijo.

—¿Y qué me enseñará el hecho de cocinar un estúpido ponqué de uvas pasas?

—Emmm..., bueno, es parte del programa de estudios, Robbie. —Mi enojo desaparece un poco al ver su rostro abatido—.¿Quieres trabajar en una pastelería por el resto de tu vida como yo?

—Quiero tocar en una banda. —Arrastra las zapatillas por el piso de linóleo.

—Sí.—Le sacudo el puño—. Pero igual debes conseguir tus certificaciones. En especial, en Inglés, Matemáticas y Ciencia.

La tía Josie sacude el vinagre de una papa empapada y comenta con sabiduría:

—Jamás aprobé ninguna certificación. La escuela de la vida me enseñó todo lo que sé.

Miro a mi tía con expresión molesta.

—¿Qué hay sobre la Universidad? —farfullo—.Podrías estudiar música y... arte dramático.

—Demasiadas deudas. —Robbie resopla—. El hermano de Ade acaba de obtener su título y está trabajando en McDonald’s.

Ade es el mejor amigo de Robbie: un joven desgarbado con dientes de conejo, que vive a cinco casas de distancia. Cubro mi rostro con las manos. Discutir con Robbie no tiene sentido; él tiene una respuesta para todo. Tal vez deba exponer los hechos con claridad y simpleza y, con suerte, eso aplaque su vena rebelde, que parece estar creciendo otra vez.

—Mira.—Muestro mi expresión más seria—. Si continúas faltando, otras personas se meterán con nosotros: la directora, el inspector de ausentismo... —Las enumero con los dedos para darle énfasis—, quizás hasta los servicios sociales.—La nuez de Adán de Robbie sube y baja a medida que asimila mis palabras. Continúo, y me muestro furiosa otra vez—.Esto es serio, Robbie. No más inasistencias, ¿de acuerdo?

Él asiente con rapidez.

—De acuerdo.Entonces, iré arriba... a terminar la tarea.

Arrastra la silla hacia atrás y, mientras se dirige a la puerta, le pregunto:

—¿Y dónde estabas durante ese tiempo?

Robbie se encoge de hombros; se lo ve satisfactoriamente culpable.

—Paseando por tiendas de música.

—¿Gastando más del dinero que ganas por repartir periódicos?—Chasqueo la lengua, y miro a papá. Él terminó de comer y está hojeando el diario vespertino.Una sensación de irritación crece en mi interior. ¿Por qué nunca le llama la atención? Después de todo, Robbie es su hijo.¿Por qué tengo que hacerlo yo, la hermana mayor?

—Emmm, ¿puedo irme?

Le hago señas a Robbie para que se vaya y me quedo mirando la porción de torta de chocolate que la tía Josie dejó frente a mí. De repente, mi apetito se fue por la puerta junto con mi hermano.

—Tal vez más tarde —murmuro. Tomo la torta y la guardo en el refrigerador. Papá se pone de pie, y me avisa que irá a ver el pronóstico del tiempo para el resto de la semana.

—Siempre es así. —Las rodillas de la tía Josie crujen cuando corre la silla hacia atrás—. Los hombres de esta casa siempre desaparecen cuando hay cosas por hacer.

Coloco agua caliente en el cuenco y raspo los restos de los platos con papas.

—Yo puedo terminarlo más rápido —suspiro, y me pongo los guantes de goma con un ruido al estirarlos.

—Pero, cariño, estuviste trabajando todo el día.—La tía Josie toma un paño de la cocina—. ¿Qué estuvo haciendo tu padre?

Intento restarle importancia a la pregunta. —Pintando, supongo.

—Pintando. —Los labios de la tía Josie se curvan hacia arriba.

—Tiene mucho talento, —protesto.

—Necesita un trabajo —espeta la tía Josie—. No puede ser nada bueno para él pasar todo el día sentado en ese cobertizo. Se ha convertido en un ermitaño. La compañía de otro adulto le haría mucho bien, ¿no lo crees?

—Sí, supongo que sí —afirmo con un gesto de asentimiento—. Hablaré con él.

—¿Quieres que le hable yo? —Josie apila los platos prolijamente en la alacena inferior.

—¡No! Gracias por tu preocupación, pero creo que sería mejor si proviniera de mí.

—Me parece justo.

Noto que la tía Josie se queda mirándome con empatía y una sonrisa.

—¿Tomamos una taza de té y chismoseamos? Vi que Hamish McDougall regresó al número sesenta y cuatro. ¿La señora McDougall lo ha perdonado por su aventura?

—Oh, no te has enterado de lo mejor, cariño... —Los ojos de Josie brillan de entusiasmo mientras retira la silla para sentarse y comienza a parlotear.

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