Ángel De Ensueño (La Serie Del Ángel Libro 1) - Jo Wilde
Traducido por Marina Miñano Moreno
Ángel De Ensueño (La Serie Del Ángel Libro 1) - Jo Wilde
Extracto del libro
Todo comenzó a mediados de verano, cuando el olor a madreselva aún flotaba en el aire. Había salido con mis dos mejores amigas, Laurie y Becky, y habíamos decidido ir al cine a ver una mala película de ciencia ficción sobre alienígenas. Lo mejor de la película había sido el actor principal, un chico de lo más mono. Nos lo pasamos genial las tres juntas, comiendo palomitas de maíz y riéndonos de los diálogos tan malos. Las películas románticas no valían la pena.
Después, habíamos ido a comer algo al Big Boy's Bar-B-Que, un lugar caótico, pero de lo mejor que había en Sweetwater, Texas.
Estábamos sentadas en nuestra mesa, comiéndonos unos sándwiches, cuando la campanilla de la puerta tintineó, y alcé la vista al tiempo que Logan Hunter aparecía por la puerta del pequeño restaurante. Logan Hunter había conseguido mantener el impresionante título de apoyador[1] estrella durante los últimos dos años de instituto en Sweetwater High. Ahora estaba en su último año, uno por delante de mí. Su sonrisa era más bonita que las de todos los chicos a los que conocía, y yo, Stephanie Ray, estaba coladísima por él.
Ansiosa, y a punto de cabrearme, me di la vuelta y le di un golpe en las costillas a Beck, que estaba sentada a mi lado.
—¡No mires! —le pedí.
—¿Por qué? —preguntó ésta, levantando su cabeza rubia.
Pues claro que Beck iba a hacer lo contrario de lo que le había pedido que hiciera… ¡echar un vistazo!
—¿Está aquí? ¿Logan? —susurré frenéticamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Laurie, que acababa de volver del aseo, conforme se sentaba en su asiento. Posó sus ojos azules en Beck y, luego, en mí.
Me incliné sobre la mesa.
—Logan—susurré, fulminándola con la mirada para que no me hiciera repetir su nombre en voz alta.
Laurie se rio y me golpeó con la mano.
—Ay, por favor, Stevie, cálmate por Dios. Lo he invitado a tu fiesta de cumpleaños mañana por la noche.
Beck comenzó a revolverse en su asiento, extasiada.
—No me lo creo—dije.
—Pues créetelo —replicó Laurie, y le tiró una patata frita a Beck, riéndose.
Me hundí en mi asiento. Estaba agradecida por haberme sentado junto a la pared, siendo así más fácil esconderme.
—Tenéis que superarlo —la voz de Laurie resonó a través del restaurante.
—¡Shhh! ¡Te va a escuchar! —exclamé.
Me puse de los nervios, imaginándome cómo mi vida se iría al garete en apenas cuestión de segundos: Logan pasaría al lado de nuestra mesa y yo me derramaría la comida encima o me atragantaría con la bebida. Es decir, eran infinitas las posibilidades de que terminara cagándola.
—No sé por qué te escondes de él —añadió Laurie, compartiendo sus sabias palabras—. A ti te gusta él, y a él le gustas tú —se rio—. Además, nos lo debes al resto de las chicas.
—¿Qué os debo? —resoplé.
Laurie puso los ojos en blanco.
—Que podamos vivir indirectamente a través de ti y de tus sesiones de besuqueo —me explicó.
—No voy a compartir eso con vosotras —le susurré a Laurie.
Estaba horrorizada y mortificada, pero me reí para mis adentros.
—Eso es porque nunca te ha besado un chico —comentó Beck, propinándome un codazo.
Laurie se carcajeó tanto que se cayó de su asiento, y Beck reposó la cabeza en mi regazo, riéndose.
Mis maravillosas amigas sabían que nunca tendría las agallas para hablar con el chico que me gustaba. Creo que esperaban que en mi decimoctavo cumpleaños fuera Logan Hunter quien hiciera los honores. Me habían organizado una fiesta la noche del día siguiente, y es por eso que mis chicas habían invitado al jugador de fútbol americano estrella de Sweetwater High. Y, bueno… creo que el hecho de que me gustara también había influenciado su toma de decisiones.
Logan era distinto al resto de los chicos del instituto. Detrás de sus ojos marrones tan conmovedores se escondía un chico inteligente. Un beso suyo sería el sueño de cualquier chica. No obstante, yo no estaba preparada para llevarlo al siguiente nivel como pareja, a pesar de que estaba más que pillada por el jugador de fútbol estrella. Pero ¿quién no lo estaría? Logan era un chico atractivo y corpulento, que caminaba con gracia, sus hombros medían un metro de ancho, era alto como un imponente abeto y sus suaves rizos rubios me recordaban a la miel dorada.
Exhalé, comiéndome con los ojos a Logan, que estaba esperando delante de la barra.
—Es todo un macho —dejé escapar un largo suspiro y, mortificada, me cubrí la boca y abrí los ojos como platos—. Dime que no he dicho eso en voz alta.
Beck se rio a carcajadas y Laurie la siguió.
Entonces, la única oportunidad que tenía de ser feliz llegó a su fin como un avión que cae en picado sobre el océano Atlántico. Sara, mi madre, decidió que había llegado la hora de hacer las maletas y pirarse a otro pueblucho de mala muerte.
Otro pueblo, otro instituto, otra miserable vida.
No sabía por qué había pensado que nuestra estancia en Sweetwater sería diferente. Sara nunca permanecía en ninguna parte por mucho tiempo. Es más, desde la muerte de mi padre, habíamos estado viviendo de una maleta.
Yo había tenido sólo ocho años cuando un conductor lo atropelló y se dio a la fuga, quitándole la vida. Así fue como, en un abrir y cerrar de ojos, nuestro mundo cambió para siempre. Hasta este momento, su caso aún no había sido resuelto y reposaba, cogiendo polvo, sobre un estante, dado que la policía no había podido encontrar al culpable. Durante diez años, pensar que el asesino de mi padre anduviera suelto me había molestado más que un baño de saliva. Me negaba a pasar página hasta que las autoridades atraparan al asesino para que éste se pudriera entre rejas.
Por aquel entonces, no tenía ni idea de cómo la maquinación de Sara afectaría a mi vida, sino que lo descubrí cuando ya era demasiado tarde.
Los secretos matan.
Recordaba sus palabras como si fuera ayer.
—Mamá, esto no es justo —repliqué. Me temía que el trastorno bipolar de Sara estuviera brotando de nuevo—. ¡No quiero mudarme a Luisiana! —exclamé.
—Acéptalo —el tono de su voz me intimidó.
—¿Y qué hay de mi fiesta de cumpleaños esta noche? Mis amigas Laurie y Becky se han esforzado un montón. Tú ni siquiera te has molestado en comprarme una tarta.
Sara me fulminó con la mirada.
—¡No voy a tolerar esa actitud, jovencita! —inhaló con tranquilidad, pero no se deshizo de la frialdad de sus palabras—. Estoy segura de que encontraremos algún supermercado de camino a Luisiana. Te compraré una tarta allí —Sara se dio media vuelta y siguió haciendo la maleta como si se estuviera preparando para unas vacaciones tropicales.
Atisbé los coloridos trajes de baño esparcidos por la cama, junto con zapatos y ropa bastante ligera. Me quedé observando el equipaje y fruncí el ceño. Esa vieja maleta había visitado más lugares que la mayoría de la gente en toda su vida. Cada vez que la miraba, se formaba un nudo en mi estómago. Esa maleta representaba todo lo que odiaba… tener que empezar de cero.
—¿Qué problema tienes con este pueblo? A mí me gusta Sweetwater. Y tú tienes un buen trabajo en la tienda Fashion Boutique. No tiene sentido que nos mudemos otra vez. ¿No podemos quedarnos en un único lugar durante más de un minuto? —le pedí.
—Yo. Odio. Texas.
No podía entenderlo, pero esta mudanza parecía ser diferente a las otras. Estábamos huyendo del pueblo por alguna razón que yo desconocía. O bien Sara se había liado con su jefe, que estaba casado, o nos habían desahuciado. Aparte de soltarme la frase de siempre («tengo que marcharme del pueblo antes de que me detengan»), esta vez todo parecía extrañamente anormal. Era como si alguna fuerza persuasiva estuviera tirando de Sara, como un neandertal con taparrabos arrastrándola hasta la tierra del más allá.
—¿No podemos irnos por la mañana? —traté de razonar con ella—. Así, las dos podremos dormir tranquilas, y yo puedo ir a mi fiesta de cumpleaños.
Cuando Sara se dio media vuelta, su frente estaba cubierta de arrugas profundas como si fuera madera petrificada.
—La decisión ya está tomada. Nos marchamos hoy antes de que anochezca —sentenció.
—Mamá, esta mudanza es una locura —me quejé.
Rápidamente, Sara clavó su mirada combativa en mí.
—¿Estás diciendo que estoy loca?
Di un paso atrás para posicionarme fuera de su alcance y me lamí los dientes.
—Yo no he dicho eso —me retracté—. Lo siento.
—¡Estoy harta de ti! —gritó.
A Sara no se le daba muy bien el papel de adulta. Con sus minifaldas y su actitud de adolescente mimada, la línea a menudo se difuminaba. Y, como resultado, yo me veía obligada a comportarme como la adulta.
—Mamá, aquí me va bien. El instituto es genial. Mis notas son muy buenas. ¿No lo puedes reconsiderar? —supliqué.
—Harás nuevos amigos. Eres joven. Te adaptarás. Nos mudamos, y es definitivo.
—¿No te importa en absoluto cómo me siento? —me mordí la lengua para evitar soltarle lo que quería decir: egoísta, narcisista, egocéntrica… o algo así.
—No seas ridícula —se mofó.
—Cada vez que nos mudamos, me come por dentro.
—Deja de ser tan melodramática.
Apunté con el dedo a la maleta.
—La gente normal no se comporta de manera irracional, mudándose de un pueblo a otro, viviendo de una maleta… sin saber cuándo volverán a comer —la mayoría de las veces mantenía la boca cerrada, pero esta vez Sara necesitaba escuchar cómo me afectaban a mí sus acciones—. No, mamá, tú eres la única que prefiere vivir como una gitana.
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