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Árbol De Magnolias

Árbol De Magnolias


Árbol De Magnolias - Extracto del libro

Prólogo

Septiembre 21, 2000

            Elizabeth Grey despertó sobresaltada.  Sus ojos se abrieron súbitamente.  Una sensación de pesar la recorrió toda.  Miró hacia la izquierda y notó la ausencia de su esposo en la cama.  Los dígitos LED en el reloj de alarma marcaba las ocho a.m.  Elizabeth se sentó y se estiró.  Se sacudió la incomodidad.  Debe ser un sueño que no puedo recordar.  Se dirigió al baño, lavó su cara y manos, se puso la bata de casa sobre el camisón de dormir y salió al pasillo.  Se podía escuchar una voz proveniente de la habitación de su nieta.  Se detuvo en la puerta y se recostó contra el marco.

            Sydney, de cuatro años, estaba sentada en el piso con su juego de té organizado frente a ella. —¿Te gustaría un poco de azúcar en tu té?

            Elizabeth sonrió.  Sidney tenía una amiga imaginaria.  Elizabeth no estaba preocupada.  Muchos niños los tenían, especialmente cuando no tenían hermanos y viven una vida rural sin otros niños con quienes jugar.  Es solo parte de su desarrollo.  Frank, su esposo, por el otro lado, pensaba que era algo extraño y creía que Sydnely tenía problemas.  Un hombre testarudo que una vez tuvo una fé no podía ser inducido a cambiar, ella estaba cansada de discutir este punto.  Elizabeth suspiró.

            Sydney levantó la mirada. —Hola, Nana, mi amiga, Candy, está tomando el té conmigo.

            —Buenos días, cariño.  Salúdala de mi parte.

            —Ella no está demasiado feliz hoy.  Se ve muy triste.

            —Lamento escucharlo.  Tal vez tu fiesta de té la anime.  ¿Qué te gustaría desayunar esta mañana?

            Sydney miró a su amiga invisible. —Hmm… ¿qué debería comer hoy?  ¿Qué te parecen las panquecas? —Miró a su Nana. —Sí, Candy está sonriendo.

            —Te prepararé las panquecas después de tomar mi café.  Te llamaré cuando estén listas.

            Elizabeth descendió las escaleras y fue a la cocina.  El aroma de la cafetera llena de café la llamaba.  Se sirvió una taza y miró por la ventana hacia el granero y el galpón.  Ambas puertas estaban cerradas.  Probablemente Frank salió a caminar un rato.  Elizabeth fue hacia la puerta del frente para sentarse en el columpio y disfrutar de su café en la hermosa y cálida mañana.

            Salió al porche y se detuvo de repente.  Inhaló aire con fuerza, su mano libre se apoyó en su pecho y gimió, —Oh, mi Dios…—La taza de café que tenía en la otra mano cayó al suelo.  Trozos de porcelana se dispersaron por el porche mientras el café caliente salpicaba sus pantuflas blancas.

            —Oh, mi Dios… —gimió.

            Frank estaba boca abajo en el piso de madera.  Elizabeth se arrodilló a su lado. —¿Frank?  Frank… —Lo sacudió por el hombro.  No obtuvo respuesta.  Trató de empujarlo para ponerlo sobre su espalda pero solo logró ponerlo de lado.  Los ojos de Frank le devolvían la mirada, nublados y sin vida.  Se cubrió la boca con las manos. —No, no, —murmuró.  Elizabeth apoyó los dedos en su cuello.  No tiene pulso.  Movió la mano hacia su pecho.  Su corazón no está latiendo.  Su cuerpo estaba frío al tacto.  ¿Cuánto tiempo ha estado tendido aquí?  Elizabeth supo que estaba muerto.  No había nada que ella ni nadie más pudiera hacer por su esposo.  Una oleada de shock congeló su cuerpo en ese lugar.

            No tenía idea de cuánto tiempo llevaba arrodillada allí mirando a su difunto esposo.  Se levantó y entró a la casa.  Después de llamar a la policía, Elizabeth llamó a su amiga y vecina, Carol.

            Cinco minutos después, Carol se llevó a Sydney por la puerta de atrás en una aventura a través de la pradera, para terminar con panquecas en la casa de Carol.

            Elizabeth regresó al porche y recogió los trozos de la taza.  Colocó una almohada debajo de la cabeza de Frank y lo cubrió con una cobija.  Parecía estar durmiendo.  Un tonto gesto de seguro, aunque reconfortante.  Se sentó en el columpio del porche.  No hubo histeria, ni lágrimas.  Solo una aceptación entumecida… y esperó.

Capítulo 1

Diecisiete años después

            La casa de dos pisos de la granja con ventanas tapadas, pintura desconchada y jardines descuidados no se parecía en nada a la casa que ella recordaba de su infancia.  Sydney Grey estaba de pie en la acera de grava que llevaba a los escalones sueltos del porche cubierto por hojas, tierra y ramas rotas.  Sus ojos miraron las ventanas del segundo piso, deteniéndose en una ventana en particular.  Mi habitación.  Su mente se llenó con recuerdos de la infancia de cuando nadaba en el pequeño lago detrás de la casa y jugaba al escondite en el bosquecillo de árboles de magnolias.  Le encantaba la fragancia de las flores de magnolia; una esencia embriagadora, intoxicante con un poco de cereza, limón, y un toque de vainilla.    

            Sintió en la boca de su estómago que comenzaba a formarse una inquietud y continuó avanzando para recorrer su cuerpo y hacer que Sydney frunciera el ceño.  Ella no tenía idea.  Sentimientos como ese habían abrumado a Sydney toda su vida.  Generalmente, ocurría antes de que algo sucediera.  Se sacudió la sensación.  Eso es porque ella no sabía que antes hablaba con una persona muerta.

            Una rápida revisión del techo sobre el porche y la casa mostró tablitas retorcidas y varias tejas faltantes.  Sydney sopló un mechón de cabello rubio fuera de sus ojos. —Mierda, —murmuró.  Se necesita un techo nuevo en ambas partes.  Abrió su libreta y escribió algunas notas.  Las ventanas del segundo piso estaban intactas.  Sin embargo, serían reemplazadas con una hilera de ventanas panorámicas, como parte de la intención de convertir todo el piso superior en un estudio abierto.  Subió al porche.  Al menos el piso está intacto.  El columpio suspendido donde le encantaba subirse en las noches frescas colgaba torcido, una de las cadenas estaba rota.  Se recostó contra los postes del porche.  Sólido.

            El interior de la casa estaba en mejor condición.  Sin embargo, el aire adentro estaba caliente y rancio.  Dejó la puerta entreabierta y abrió todas las ventanas mientras deambulaba por todas las habitaciones.  Las alfombras estaban desgastadas lo que no importaba.  Tenían madera debajo y con una buena limpieza y tintado quedarían como nuevas.  Observó el amarillento linóleo en los pisos del baño y la cocina.  Eliminados – una completa renovación para ambas áreas.  Sus ojos miraron alrededor de la cocina, descansando en una antigua despensa con una puerta rota.  La despensa se queda.

            Había tres habitaciones en el piso principal.  La más grande sería su habitación y oficina.  Imaginaba una chimenea eléctrica con un sillón, con mucho espacio para añadir un baño privado.  Sydney se detuvo frente a una de las ventanas y observó el bosquecillo de árboles de magnolias que estaba a la izquierda del lago.  Sonrió al pequeño muelle que entraba al lago, recordando las lecciones de natación que su abuela había comenzado antes de que pudiera caminar.  Nan la llamaba su bebé acuática.  La segunda habitación serviría para cuando Nana quisiera venir de visita y la tercera como habitación para huéspedes.  Una renovación sencilla para ellos.

            De vuelta en la sala, observó la chimenea instalada en una pared completa de piedras incrustadas.  Si la chimenea podía recuperarse, sería apropiada una protección de vidrio ya que le encantaba la pared de piedra.  Se escuchó una puerta en la planta alta.  La cabeza de Sydney se volteó hacia el ruido.  —Oh… —Probablemente un ráfaga de viento de una de las ventanas de aquí abajo.  Sin embargo, igual se sobresaltó.

            Las bisagras de la puerta de madera natural se quedarían.  Me encantan.  Observó que la escalera de madera y las barandas quedarían hermosas con una buena limpieza y tintura.

            En la planta alta había un depósito y dos habitaciones más.  Al entrar en la que había sido su habitación, Sydney imaginó retirar las paredes internas para unir las habitaciones y el pasillo como un estudio abierto de yoga para sus clientes.  Podría reemplazar la pared de carga con pilares.  Abrió la puerta hacia el pasillo y entró en el depósito.  Tiene el tamaño ideal para un baño con dos cubículos para los clientes.  Había un banquillo de madera en la esquina.  Levantó la mirada al techo, observando la trampilla que daba al ático.  Recuerdos de su abuelo subiendo al banquillo y tirando de la trampilla inundaron su mente.  Unos escalones descendieron para poder acceder arriba.  Sonrió, recordando que ella había sido demasiado pequeña para subir al banquillo y tirar de la trampilla y había ansiado el día en que fuera lo bastante alta para explorar los secretos del ático.  Si ella no se hubiera mudado a la ciudad con Nan, se hubiera convertido en otro escondite.

            El sonido de un vehículo la hizo salir de la habitación y regresar a la ventana.  Miró hacia abajo esperando ver al contratista que vendría a inspeccionar la casa.  Salió del auto una mujer alta y delgada, con una gorra, su largo cabello caía por su espalda recogido en una trenza.  Sydney se dirigió al porche.

            Salió hacia el porche y se encontró con la mujer en el escalón superior. —Hola, ¿en qué te puedo ayudar?

            La extraña la miró arriba y abajo. —¿Syd?  ¿Eres tú?

            Sydney inclinó la cabeza hacia un lado.  Solo sus amigas la llamaban Syd.  Su abuela se negaba porque lo hacía sonar como un hombre.  Para su Nan, el nombre Sydney ya era bastante malo pero estaba en su partida de nacimiento.  Mi Nan es de la vieja escuela.

            —Lo siento.  ¿Debería saber quién eres?

            La mujer se rió y extendió los brazos. —Soy yo, Jessie.

            La reconoció inmediatamente. —Oh, mi Dios… ¿Jessie?

            Las dos mujeres se abrazaron. —No puedo creer que seas tú, —dijo Sydney.  Ambas se habían conocido en el preescolar.  En la época en que falleció su abuelo.  Ella y su abuela se mudaron a Kelowna cuando terminó ese año escolar.  Las chicas solo se habían visto algunas veces a través de los años y perdieron contacto en la secundaria.  A los veintiuno ambas habían cambiado considerablemente desde su última visita de adolescente.

            Jessie la hizo retroceder. —Me encanta tu estilo de cabello.  Te ves hermosa. —El cabello rubio recto de Sydney caía en capas un par de pulgadas debajo de su barbilla, partido en el medio con largos mechones a ambos lados de su rostro que siempre estaba soplando de sus ojos. —Hace resaltar tus ojos azules.

            —Gracias.  Te ves hermosa. —Sydney observó su estatura. —Tan alta.  Podrías ser modelo.

            Jessie hizo una mueca. —No, gracias.  Me gusta la vida tranquila de nuestro pequeño pueblo.

            —Supongo que todavía tiene ese sabor a pueblo pequeño, pero ha crecido mucho desde la última vez que estuve aquí.  ¿Cómo supiste que yo estaba aquí? —preguntó Sydney.

            —Mamá vive al lado de tu posible constructor.  Él mencionó que un miembro de la familia había regresado a la granja.  Pensé en darme una vuelta, esperando que fueras tú.

            —Sí, la Constructora Rhyder.  Estoy esperando a alguien que viene hoy a revisar la casa.

            —Excelente.  En realidad son los mejores constructores de por aquí.

            Como si se hubieran puesto de acuerdo, una van blanca con el emblema de Constructora Rhyder salió del camino hacia la entrada de tierra.  Las dos mujeres caminaron por los escalones para saludar al joven que salía por la puerta del conductor.  Sydney observó su contextura fuerte y delgada, con su camiseta blanca ajustada y vaqueros a la medida con botas vaqueras bien desgastadas.  ¡Vaya!  Si todos los vaqueros de por aquí lucen así…

            Jessie habló de primera. —Epa, fantasma.  No te había visto por un tiempo.  ¿Cómo estás?

            —Hola, extraña.  Estaba trabajando en un proyecto grande fuera del pueblo pero Papá ha estado fuera por un par de semanas.  Dejé encargado al capataz y regresé a encargarme de la oficina.  Es bueno estar en casa. —Su mirada se dirigió a Sydney.  La miró arriba y abajo de manera obvia. —Estoy buscando a Sydney Grey.

            Sus ojos se encontraron y Sydney se sintió atraída por sus expresivos ojos azules.  Se quedó petrificada en el sitio.  El joven inclinó su cabeza a un lado y arqueó sus cejas, esperando a que ella le respondiera.  Saliendo de su estupor, caminó un poco demasiado rápido y casi tropezó.  Extendió su mano. —Oh… esa soy yo.  Soy Sydney Grey. —Qué torpe soy.

            —Soy Jax Rhyder, de la Constructora Rhyder. —Le dirigió una amplia sonrisa y estrechó su mano.  La retuvo un poco más de lo usual, sus ojos observaban el rostro de ella.

            Ella retiró la mano. Hmm… parece un poquito seguro de sí mismo.  —Encantada de conocerte.  Estoy verdaderamente emocionada por ver qué tienes que decir sobre las renovaciones.

            Jax observó la vieja edificación. —Yo también.  Me encanta restaurar viejas casas de granjas.  Es mi pasión.  Con suerte, podremos llegar a un acuerdo y hacerlo funcionar.

            Jessie aclaró su garganta. —Bueno, debo marcharme y dejarlos trabajar.

            Mientras el par de jóvenes se volteaba para mirarla, Jessie rió. —Vaya, mírenlos a ustedes dos.  ¿Acaso no hacen una linda pareja?

            La boca de Sydney cayó abierta y sus ojos se abrieron desmesuradamente.  Dijo con los labios, —¿Qué? —Miró a Jax de lado.  Él rió y sus ojos tenían un destello de diversión.

            Jessie se apresuró y se encogió de hombros. —Quiero decir, que ambos son rubios de ojos azules con el mismo estilo de cabello que Keith Urban.  Me hicieron pensar en las parejas que se parecen.

            Jax rió. —La misma Jessie de siempre.  Tan directa como en la escuela.  Lo primero que llega a tu mente, es lo primero que sale por tu boca.

            —Esa soy yo.  Entonces Syd, ¿por qué no nos encontramos para cenar esta noche en el restaurante de carnes Carl’s y nos ponemos al día con nuestras vidas?  Está en la Tercera Calle.

            —Me encantaría.  ¿Qué te parece a las siete?

            —Excelente.  Nos vemos entonces.

Vista Al Mar

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