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Atando Cabos (Los misterios de la librería desordenada Libro 1) - Jessica Brimer

Atando Cabos (Los misterios de la librería desordenada Libro 1) - Jessica Brimer

Traducido por Tomas Ibarra

Atando Cabos (Los misterios de la librería desordenada Libro 1) - Jessica Brimer

Extracto del libro

Jane Jackson, mi nueva jefa, se paró frente a mí. Apenas entró en la Librería Teresa, supe que tendría problemas. Llevaba un traje gris, demasiado candente para un verano de Tennessee, con una blusa blanca ceñida al escote. El cabello castaño de Jane se envolvía en un moño apretado, lo que me hizo preguntarme si no le causaría dolores de cabeza. Esos tacones altos eran una mejor combinación con mujeres que pasaban el día en sillas de oficina y asistían a almuerzos ostentosos, en lugar de pasar el día abriendo pesadas cajas o reabasteciendo estanterías. Mi nueva jefa parecía salida de la revista Vogue.

—¿Despedida? —pregunté.

—Despedida es una palabra fuerte. Pero sí, Garnet —dijo Jane con indiferencia. —Después de hoy, la librería de mi tía cerrará.

Sus ojos marrones estudiaron el piso de ventas. Notó la torre de libros que necesitaban un lugar en el estante en lugar de estar arrumbados junto a la pared. Cuanto más evaluaba el desorden de la tienda, peor se volvía su mueca.

Yo quería decir algo. Cualquier cosa para hacerla cambiar de opinión, pero la conmoción por el cierre de la tienda me había dejado afónica.

Al fin volvió su atención hacia mí.

—Como dije en mi correo, te pagaré por el trabajo que has hecho.

Hizo una pausa para juzgar mi reacción.

—Es solo una librería de usados. Nada personal.

—¿Nada personal? —mi voz se quebró—. La librería significa todo para mí. He trabajado aquí durante nueve años y administré la tienda durante un mes entero.

Jane tenía la mirada perdida. Parecía como si fuera la directora de la escuela escuchando la queja trivial de un estudiante. Aunque Jane creía que cerrar la librería era una decisión estrictamente comercial, mi corazón estaba destrozado. La Librería Teresa era mi vida y mi pasión.

Mi carrera.

Princesa, una gata tuxedo que vivía aquí, saltó al mostrador junto al ordenador cuadrado que la tienda usaba como caja registradora. Jane retrocedió como si el felino bicolor fuera una feroz pantera. Princesa se sentó erguida, esperando sus mimos.

Jane ahogó un grito.

—No sabía que la tía Teresa tenía animales dentro de su tienda.

Acaricié a Princesa desde la cabeza hasta el lomo. Se volvió hacia mí, ronroneando. Admiré la línea punteada en el cuello de Princesa, que le daba derecho a la realeza de su nombre.

¿Cómo se atrevía a llamar a Princesa un simple animal? Su Alteza hubiera sido más apropiado.

—A tu tía le encantaban los gatos.

Debatí si debía advertirle sobre la otra gata, Melosa, pero descarté la idea. La descubriría muy pronto. Jane le lanzó una mirada de desdén a Princesa y dirigió su atención a su entorno.

—Este lugar es un desastre. Debiste ordenar todo antes de que yo llegara.

Pilas de libros para pedidos en línea llenaban un lado del mostrador en forma de L, mientras que otros estaban reservados para los clientes. Las bolsas de plástico permanecían dentro de una caja de cartón en lugar de colgar de un gancho cerca de la caja registradora. Los marcadores descansaban en una gran taza de café, para cualquiera que quisiera uno. Afortunadamente, Jane no podía ver el desorden en los cubículos debajo del mostrador. Con un pie, empujé el Windex y las toallas de papel dentro del espacio. No fueron muy lejos.

Desde el gran ventanal, la luz matinal alcanzaba su punto máximo entre las cuatro filas de estanterías. La más pequeña de las cuatro, a la altura de los hombros, tenía libretas donadas y eran gratuitas para cualquiera. La mayoría de los papeles habían sido arrancados, pero los lugareños sabían que Teresa no tiraba las cosas porque faltaran algunas, o la mitad de las páginas. Eran tesoros perfectos para los niños a los que les encantaba garabatear. Los otros tres estantes estaban llenos de libros de ficción de varios autores que habían sido publicados en los últimos cinco años o que mantenían su popularidad. Si tuviera el tiempo y un par de manos extra, habría reorganizado las novelas por género.

Cajas llenas de copias adicionales de las que ya estaban en los estantes, se apilaban al final de cada fila. Tenía la intención de llevarlas arriba, pero me fue imposible porque había cosas más importantes que debían hacerse antes de la llegada de Jane. La habitación a mi derecha albergaba libros de romance y terror. De vez en cuando, los clientes colocaban un libro no deseado en el lugar equivocado, una batalla constante a la que me negaba a rendirme. Mientras que en la ficción general, los libros estaban apretujados en secciones. Las novelas necesitaban estar mejor espaciadas y organizadas por orden alfabético. Una vez que reciclara los cuadernos a medio llenar, tendría el espacio suficiente.

Me encogí cuando Jane levantó la vista. Las guirnaldas luminosas emitían un brillo mágico a pesar de que algunas de las bombillas se habían quemado. El tiempo se me escapaba y no había tenido la oportunidad de reemplazarlas, o mejor aún, pedirle a alguien que tuviera más de cinco años que me ayudara.

Un solo empleado no podía hacer mucho.

Jane era incapaz de ver mis logros. Además de administrar el negocio, doné libros infantiles a iglesias y bibliotecas, operé una venta en la acera durante todo el fin de semana, que fue un gran éxito, e incluso me quedé después de la hora de cierre a hacer algo de limpieza. Mentalmente, me di palmaditas en la espalda por mi arduo trabajo.

Probablemente necesitaba advertir a Jane sobre el piso de arriba. Si pensaba que la librería necesitaba atención y cuidado, espera a ver la oficina. Teresa era conocida por muchas cosas, pero el orden no era una de ellas.

Mientras observaba a Jane quitarse el pelo de gato, deseé que hubiera visto el lugar antes de que yo limpiara. Si lo hubiera hecho, habría apreciado las incontables horas que pasé tratando de poner orden en la librería. Después de abastecer, reorganizar los libros, llamar a los clientes, contestar el teléfono, trabajar en la oficina y atender a dos gatos, algunos días no me quedaba energía para hacer nada más.

—¿Qué son estas manchas en la alfombra? —Jane miró airadamente el suelo verde. Se alejó del lugar como si las manchas fueran a subir por sus piernas para tragársela entera.

Tenía la intención de arrojar una alfombra sobre las manchas, pero olvidé sacarla de mi baúl esta mañana.

—Café.

—¿Teresa servía café en este lugar?

La voz de Jane subió una octava mientras sus ojos se posaban en Princesa.

El felino ronroneó más fuerte. Le acaricié la cabeza.

—Solo una vez —recordé.

Una gata curiosa no combinaba con las bebidas calientes. Teresa instaló una estación de café en una fría mañana de enero, diciéndome: Esto será genial. He querido hacerlo desde hace mucho tiempo. Desafortunadamente, cuando el primer cliente se sirvió una taza, Princesa saltó y casi lo mata del susto. Doce tazas de líquido caliente vertidas al suelo. No importaba cuántas veces laváramos la alfombra, la mancha se negaba a desaparecer. Algunos días Teresa bromeaba sobre cambiar el nombre de Princesa a Entremetida.

Jane se recobró, colocó una mano cerca de su escote mientras la otra se posaba en su cintura.

—Este lugar es una pocilga. ¿Por qué permitió la tía Teresa que llegara a este extremo?

Su pregunta era retórica. Como la única sobrina de Teresa, Jane debió ser testigo del comportamiento desorganizado de su tía.

—La pocilga está arriba —dije con sarcasmo. Jane arqueó las cejas.

Seguí acariciando a Princesa; disfrutaba de su expresión. Era lo menos que podía hacer ya que a pesar de mi arduo trabajo iba a ser despedida.

—¿Lo dices en serio?

Debatí por un momento antes de decirle a Jane que no. Por su expresión, Jane no apreciaba mi humor.

Antes de que se dijera nada más, los cencerros atados a la manija de la puerta tintinearon. Princesa saltó del mostrador para saludar a nuestro primer cliente. Puse mi mejor sonrisa, esperaba que Jane notara mi ética laboral y que la Librería Teresa estaba lo suficientemente atareada como para permanecer abierta. En ese momento, supe que debía convencer a Jane para que se quedara con la tienda.

No había mejor manera que con un cliente.

Jane exclamó:

—Hoy hay un treinta por ciento extra de descuento.

Mi semblante se ensombreció al ver a Sasha Whitlock. En lugar de su cabello de recién levantada, tenía los mechones rubios ondulados. Llevaba una camiseta de videojuegos con la que sabía, solía dormir. Al menos sus vaqueros no tenían agujeros ni rasgaduras, y sus zapatillas de deporte estaban impecables.

—¿Eres la sobrina de Teresa? ¿Jane Jackson? —preguntó Sasha después de acariciar la cabeza de Princesa. Jane asintió y comenzaba a responder cuando Sasha la interrumpió.

—La verdad, estoy aquí para recuperar mi empleo. Hubo un malentendido y quiero redimirme.

Sasha esbozó una sonrisa.

—¿Recuperar tu empleo?

Jane me miró antes de volver a mirar a una radiante Sasha.

«Estúpida Sasha», pensé. Esa sonrisa cursi nunca funcionó con Teresa. Ni conmigo.

—La tienda cerrará para siempre —dijo Jane.

Sasha se entristeció.

—Oh. ¿Por qué?

—En realidad —dije, antes de que Jane tuviera la oportunidad de hablar—, no hemos confirmado que la tienda vaya a cerrar. Jane no conoce… —me maldije por no haber pensado bien las cosas y decir el primer nombre que me vino a la mente. —…a Peggy Sue. Jane aún no lo conoce.

—¿El perro callejero al que los niños leen los sábados?

Sasha parecía confundida.

Tal vez debí haber elegido a un cliente habitual que gastaba dinero en lugar de a Willie, quien traía a su perro para que los niños pudieran practicar sus habilidades de lectura.

—Todos aman a Peggy Sue.

Me volví hacia Jane, esperando que el evento la impresionara.

En vez de eso, mi jefa, o mejor dicho, la nueva dueña, parecía tan confundida como Sasha. Se recompuso.

—Heredé la tienda después de la muerte de mi tía. Lo pensé mucho y decidí cerrar sus puertas.

Necesitaba esforzarme más, pero esperaría hasta que Sasha se fuera. Esto era entre Jane y yo.

—Es una pena —Sasha se encogió de hombros—. Bueno. Valió la pena el intento.

Cuando me dio la espalda, negué con la cabeza. ¿De verdad esperaba conseguir su trabajo sin esfuerzo? Típico de la perezosa Sasha.

Jane y yo vimos como Sasha se dirigía a la puerta principal. Una mujer bajita y de cabello oscuro caminaba frente a la ventana mirador. Me estremecí. ¿Por qué tenía que venir Doris Hackett hoy? Había estado aquí hace dos días y comprado tres libros de bolsillo. ¿Ya los había leído?

Rodeé el mostrador para susurrarle a Jane una advertencia, pero llegué demasiado tarde. Entró al mismo tiempo que Sasha ponía la mano en la puerta giratoria. Los cencerros tintinearon con tensión. Doris entrecerró los ojos mientras que Sasha se quedaba rígida. Doris fue la primera en romper el silencio.

—¿Viniste a rogar que te devuelvan el trabajo? —bromeó, con una pequeña sonrisa.

—Eso no es asunto tuyo, ni de nadie en Sevier Oak.

El mal humor de Sasha me tomó por sorpresa. Había sido insolente a espaldas de la gente, pero nunca frente a ellos.

—Teresa te despidió por una razón. Holgazana. Jugabas videojuegos todo el día y llegaste tarde al trabajo demasiadas veces.

—Los estudios muestran que las personas que juegan videojuegos son más inteligentes que aquellas que no.

Sasha guiñó un ojo.

Doris soltó una risita, pero sonó forzada.

—¿Te lo dijo Google o una bruja?

—Un brujo —respondió Sasha.

Quise darme una palmada en la frente.

Doris parecía desconcertada.

—¿Un qué?

Mientras Sasha describía un personaje de un videojuego de fantasía, Jane dio un paso al frente. Negué con la cabeza. ¡Ojalá no interfiriera! Yo sabía que es mejor dejar que las mujeres como Sasha y Doris se desahoguen. Una vez que tuvieran suficiente, continuarían con su día. Desafortunadamente, Jane no notó mi gesto.

—Creo que Sasha se refiere al programa de televisión con Henry Cavill —dijo Jane—. Pero, señoras…

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