Crónicas Anunciadas De Un Cadáver (Los misterios de Nod Blake Libro 1) - Doug Lamoreux
Traducido por Marcos David Castillo Ojeda
Crónicas Anunciadas De Un Cadáver (Los misterios de Nod Blake Libro 1) - Doug Lamoreux
Extracto del libro
Imagínese, por así decirlo, un detective privado que no ha dejado de perseguir a un policía uniformado por la calle tan rápido como cualquiera de nosotros podría correr. Sí, éramos un espectáculo.
No era algo que le importase a cualquiera. En Windy City (“La Ciudad de los Vientos”) como cualquier otra metrópoli, con un millón de personas pasando en cualquier momento, pocos se molestaron en mirar y nadie predijo el modo de actuar. No, hermanas y hermanos, yo estaba por mi cuenta y lo perseguía por todo lo que valía. Soy el detective privado. Podría describir los sonidos, los olores. Podría nombrar las calles, las idas y venidas, la gente que casi derribamos, fuimos de un lado para otro, saltamos, los vehículos que casi nos golpeaban. ¿Cuál sería el punto? Corrimos hasta que apenas podía respirar y deseaba lo mismo para él y bastante entonces. Lo hicimos hasta que él cometió un error.
Estaba pasando por dos prostitutas, una rubia flaca con un estilo “rastafari” que coincidía con sus botas de vinilo que le llegaban a la rodilla y una chica alta con un gran trasero como una manzana y con un rico color chocolate oscuro que llevaba una licra rayada dorada y verde que paseaba cerca de un edificio desierto en North Avenue, cuando él gritó y se dio la vuelta en un callejón; el cual yo sabía que era un callejón sin salida. Qué tonto. Yo lo tenía, y tan seguro estaba como las deliciosas ancas de rana. Yo mismo pasé por las chicas que trabajaban, demasiado rápido para tomar nota, doblé la esquina y casi choqué con un contenedor que olía a pescado de marea baja. El hombre que estaba vestido de azul estaba justo delante. Desde una de las ventanas abiertas arriba, como si fuera una excusa, sonaba la canción Don’t Bring Me Down de the Electric Light Orchestra. Era una locura. Tomando bastante aire, mi corazón listo para explotar, salté y aterricé en su espalda.
Por supuesto que él no podía bajar. Porque la suerte no existe en mi vida, y la buena fortuna sólo es una fantasía, el policía tomó una viga. Golpeé su trasero con el hervidor de té en el pavimento y, como todavía tenía buen agarre, él me devolvió el favor. La basura, el papel de periódico, el cartón y, siento decirlo, la gravilla salieron volando. Me excité tanto con un bloque de hormigón inconvenientemente desechado usando la parte posterior de mi cráneo como un badajo. Un grito en conjunto, nuestro dolor, mi ira, su miedo, subieron como una nube de hongos. Antes de que el ruido y el polvo se asentaran, y a pesar de mi visión borrosa y del brote de sangre de la carretera, me puse de pie.
Él también lo hizo. Luego fue a buscar la funda de su arma en su cadera.
"Willie," grité. No había tiempo para pensar, sólo lo suficiente para patearle con fuerza en la ingle. Se derrumbó como una marioneta con cuerdas cortadas y se balanceó en el suelo en una posición fetal. "Sin armas, Willie, nunca," grité. "Odio las armas."
Entonces, y sólo entonces, ellos sí aparecieron.
Y por ellos, me refiero al detective teniente Frank Wenders y a su compañero, el detective Dave Mason, dos fraudes más que se hacen pasar por auténticos policías; pagados con el dinero de la ciudad. Wenders, a pocos años de jubilarse pero con edad más allá de su fecha de mortalidad, pertenecía a Nueva Orleáns en lugar de Chicago. Fue criado y formado para la fiesta de Mardi Gras. Para él, todos los días era Fat Tuesday y él podría darle un mordisco a un King cake entero y nunca sentir al Niño Jesús. Su sombra pesaba más que su compañero. Hablando de eso, Mason, que era demasiado joven para su ascenso y estar fuera de la patrulla, no había dejado de estar entre los peores. En poco tiempo se había vuelto cada vez más el patán de lo que Wenders era, sólo un estúpido. Juntos siempre llegaban un día tarde y con un dólar menos; dos ratas que constantemente me están molestando.
“¿Estás…bien… Blake?” –Wenders preguntó. Pensé que me quedaba sin aliento. Él estaba inhalando como un drogadicto. Asentí con la cabeza. (Está bien, yo mismo me sentía hambriento.) Entre respiración entrecortada, señalé al hombrecito vestido de azul, que seguía sufriendo en el suelo del callejón, y le dije a los muchachos: “Para ser un burro, dígale dónde consiguió el uniforme. Se ve mejor que los de tus hombres.”
Wenders miró boquiabierto al policía falso, acurrucado como un bebé, tomó su paquete con ambas manos y gimoteó como un perro golpeado, y parece que decidió que (al margen de los calcetines blancos de Willie) no podía estar de acuerdo con mi evaluación. El resto del traje parecía auténtico. Sin embargo, frunció el ceño. Aparentemente él no necesitaba a un sabelotodo como yo que se lo remarcara.
Mientras yo lo molestara, seguí adelante. "Frank", dije, porque al teniente le encantaba cuando me ponía amistoso, " te presento a Willie Banks. Willie -le dije al baboso llorón en el pavimento-, “este es el detective teniente Wenders. Él será tu oficial a cargo del arresto esta mañana. El humo salía de los oídos de Wenders. Al parecer, no me necesitaba que me presente ante autores de crimen de bajo nivel como si todos fuéramos invitados en una fiesta en el jardín. Me fulminó con la mirada y luego le dijo a Mason: “Levántalo.”
El policía falso salió sin oponerse y solo llorando un poco. El auténtico subinspector apenas siguió detrás tirando de las esposas y empujándole como si fuera menos que un humano. Al llegar a la entrada del callejón, con una voz alta, Willie gritó por encima de su hombro, "Blake, cuida de mi auto, ¿está bien?"
Eso no ayudó. Wenders me miró como si fuera un insecto. Sacudió la cabeza con consternación (pero no con sorpresa). Hace mucho tiempo, cuando yo era policía, el sub-teniente Wenders, junto con el resto de los muchachos en la comisaría, me hicieron pasar un mal rato debido a mi mal hábito de recoger vagabundos. Mi corazón, la oírlos decir eso, se desangró por una escoria tras otro por así decirlo. No podía decir que estaban equivocados y no hago como que las cosas han cambiado. Las cosas nunca cambian.
Wenders vio el arma en el pavimento y refunfuñó mientras la recogía. No sabía mucho, pero sabía que no era suya. Sin pensarlo sostuvo el arma y me la entregó. "¿Es tuya?" Se estaba aclarando mi forma de ver las cosas, mi cabeza todavía vibraba como un tambor, y no estaba de humor. Gruñí y me di la vuelta como si el arma oliera mal. No pude evitarlo. Fue como un movimiento automático como si un matasanos te diera golpecitos en tu rodilla con un martillo de goma. Sabiendo lo él que sabía, Wenders no podía culparme. "Lo siento", dijo. "Debe ser suyo, ¿eh?" Se metió la pistola en el cinturón (un instinto con agallas). Luego dio otro golpe, "Sabes, Blake, tú no eres Broderick Crawford. Tienes que dejar de actuar como un policía.”
Encendí un cigarro (que, a decir verdad, no ayudó a mi mareo) y lo soplé en su rostro. "Podrías decir, gracias," dije, "por ayudarnos a atrapar al tipo."
“Ya no eres un policía", dijo, fingiendo que no me había oído. "Eres un pésimo detective.”
Eso no fue agradable, pero, de nuevo, tampoco lo era Wenders. Volteó ahí mismo y, siguiendo a Mason y al prisionero vestido de policía falso, se alejó como el bruto que era. Siempre uno mira el lado positivo, agradecí que no se diera la vuelta. "De nada", dije a sus espaldas.
Existen tres teorías sobre cómo el término detective se convirtió en un sustituto para el detective privado. La primera sugiere que el término era un tributo a la fuerza imperturbable y complicada del detective. Como una goma, no puedes sacudirnos. La segunda dice que los detectives privados pasan tanto tiempo jugando en barrios de mala muerte que terminan con chicle en sus zapatos. Aunque ninguno de estas son absolutamente correctas, en cuanto al origen de la palabra; son altamente sospechosas y probablemente mal concebidas. La tercera teoría, si me lo preguntas, la más lógica, indica que el nombre vino de las suelas de goma en los zapatos utilizadas a finales de 1800. Caminaban en silencio y un detective podría moverse sigilosamente y husmear. Era práctico si querías evitar ser detectado o apoderarte de las cosas de alguien porque, en efecto, un detective era un ladrón. Hacia 1910 aproximadamente, y no me pregunten cómo lo sé, no soy historiador, el término había llegado al otro lado de la ley y desde entonces se referían a aquellos que silenciosamente iban a detectar el crimen.
Setenta años más tarde (es 1979, como te lo confieso), con un gran poder, pero reemplazado por las empresas de seguridad de alta tecnología, ordenadores personales, cámaras Fotomat en cada concesionaria, noticias dieciocho horas al día, y media docena de organismos de seguridad que tenían jurisdicción compartida sobre cada milímetro de los EEUU, el detective privado que trabajaba duro (y sus detectives), como efectos especiales al estilo de las Guerras de las Galaxias y la industria de apuestas secretas, se han extinguido. Con la excepción, es decir, de mí.
Mi nombre, como ya lo has oído, es Blake. No preguntes por mi primer nombre. Sí, tengo uno. Y no lo uso. Y no es porque quiera ser el detective priva-dito de todos. Ese nombre solo demuestra que mis padres eran abusadores de niños. Mi viejo pagó por su crimen hace años y está cumpliendo su condena en el cementerio de la ciudad sin posibilidad de libertad condicional. Por otro lado, mi madre, con todo su mundo tan lleno de gente y de salones de Bingo, todavía molesta, se las arregló para retrasar su fecha de juicio hasta ahora. Algún día veré que se haga justicia; y punto. En una moderna ciudad de Chicago, llena de agentes, policías y guardias de seguridad, todavía soy sólo un detective privado. Admito que he sobrevivido a mi época. A medida que los ochenta se acercan y la nueva era saca a los viejos pasaditos en años, todavía fumo, bebo antes, durante y después de las horas de trabajo, todavía pienso en mujeres como damas, aunque rara vez lo digo en voz alta. (Mientras que encuentro problemas a menudo, no tengo como regla buscarlos.) Y todavía uso zapatos de goma. Son discretos, tan cómodos como se puede esperar para un trabajo donde la única vez que estás de pie es cuando golpeas el piso, y son útiles para aquellos momentos en que es necesario para una persona de mediana edad, fuera de forma, un cavernícola de una época pasada que detecta las calles difíciles para moverse rápido, como esa mañana.
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