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Caza Furtiva (Los misterios de Gwen Lindstrom Libro 1) - Connie L. Beckett

Caza Furtiva (Los misterios de Gwen Lindstrom Libro 1) - Connie L. Beckett

Traducido por Marina Miñano Moreno

Caza Furtiva (Los misterios de Gwen Lindstrom Libro 1) - Connie L. Beckett

Extracto del libro

─Bueno, y ¿dónde diablos está esa chica? ─  le preguntó Gwen Lindstrom a Mack mientras cambiaba el cartel de la ventana del restaurante de cerrado a abierto.

El cielo oscuro acababa de empezar a aclararse, pero a esa hora tan temprana, el amanecer aún no había iluminado el valle poco profundo donde se encontraba Dubois, Wyoming.

Mack se encogió de hombros. ─Es la segunda vez esta semana que llega tarde, ¿verdad? ─ le preguntó a Gwen a través de la abertura que se encontraba en la pared entre el comedor del restaurante y la cocina. Estaba limpiando la parrilla, que ya estaba impecable, y preparándola para la multitud que llegaría en breve para desayunar tocino crujiente, huevos duros y tortitas tiernas. ─Sigo pensando que hay que hacerle un test de drogas. O podrías despedirla por llegar tarde. Has despedido a gente por menos.

─Lo haría, pero la temporada turística de verano acaba de comenzar, y la oferta de camareras es escasa─, explicó Gwen, buscando en el frigorífico las botellas de salsa picante casera por la que la cafetería era famosa.

La chica de la que hablaban era Lacey Stevens, pero no era realmente una chica, ya que tenía más de veinte años. Había llegado un mes antes en busca de trabajo. Gwen se había apiadado de Lacey. Era delgadita, incluso más baja que Gwen, que medía metro y medio, y parecía no haber comido bien en mucho tiempo. Sin embargo, su aspecto era limpio y pulcro, y su largo cabello oscuro estaba recogido en una ordenada cola de caballo. Y Gwen iba escasa de personal, ya que Michelle estaba de baja por maternidad y lo más probable era que no volviera.

Gwen le había dicho a Lacey: ─Tengo una plaza libre en el turno de mañana. Abrimos a las 6 de la mañana. Eso significa que tienes que estar aquí, lista para comenzar antes de las 5:45. ¿Entendido?

Lacey asintió con la cabeza.

Gwen continuó: ─Tu pelo está bien recogido así, y supongo que no pasa nada por que sea de color morado─. Parecía que la mitad inferior del cabello oscuro de la chica había sido sumergida en tinte púrpura. En Lacey, el look funcionaba. Además, ¿acaso tenía ella la capacidad de protestar contra su pelo? Gwen se tocó el lóbulo de la oreja con su hilera de pendientes, que iba desde la parte superior de la oreja hasta la parte inferior del lóbulo. No le negaría a la chica el color púrpura. ─Pero─, continuó Gwen, ─tendrás que cubrir eso─. Señaló la manga tatuada en el brazo izquierdo de Lacey, que iba desde justo por encima de la muñeca hasta el punto en que desaparecía bajo la manga de su holgado jersey.

─Tengo una camisa de manga larga que puedo usar─, le había dicho Lacey y, ante eso, Gwen la contrató.

Durante tres semanas, Lacey había llegado antes de la hora señalada, dispuesta a trabajar. No cabía duda de que era una gran trabajadora, aunque su nerviosismo y el hecho de que siempre estuviera inquieta y agitada, contrastaba bastante con la cautela de Michelle. Y, Dios, con qué facilidad se distraía la chica. Un camión entraba en el aparcamiento y Lacey, que estaba en mitad de tomarle el pedido a un cliente, se quedaba mirando por la ventana hasta que el conductor apagaba el motor.

En ese momento, se abrió la puerta, y Lacey entró corriendo.

─Lo siento, lo siento─, le dijo a Gwen mientras pasaba junto a ella de camino a la trastienda a por un delantal.

Antes de que Gwen pudiera abrir la boca para decir algo, Lacey se había ido y la puerta de la habitación trasera se abría a su paso.

Mack levantó dos dedos, diciéndole a Gwen «dos veces en una semana».

La primera vez que Lacey llegó tarde, lo hizo con un ojo morado, y el maquillaje que se había aplicado no logró ocultar el moretón. Gwen le había recordado a Lacey que tenía que llegar antes de las 5:45 pero, al ver el daño, no tuvo el valor de regañarla.

─Lo siento mucho. Sé que es la segunda vez, pero te prometo que no volverá a ocurrir─, le dijo Lacey a Gwen después de volver, atándose el delantal negro con el Ranchers' Café en letras rojas sobre el pecho.

El hematoma que rodeaba el ojo de Lacey se había vuelto de ese tono amarillento-verdoso que adquieren los hematomas al cabo de unos días. Lo que llamó la atención de Gwen esta mañana fue la oscuridad que había bajo los dos ojos de Lacey. No era un hematoma, pero era una prueba de que no había dormido mucho. Gwen se preguntó si había estado de fiesta hasta tarde o si el novio que probablemente la había abofeteado era también el responsable de la noche de insomnio.

Su primer cliente entró en el aparcamiento, con los faros barriendo el interior del restaurante.

─Hablaremos de ello más tarde, Lacey. Ahora mismo, tenemos trabajo que hacer.

Gwen observó cómo los hombros de Lacey se relajaban gracias a la prórroga mientras un segundo cliente entraba en el aparcamiento.

La hora del desayuno en el restaurante era entre las seis y las nueve de la mañana. Lacey estaba más nerviosa e inquieta que de costumbre mientras esperaban a los trabajadores del rancho y de la granja que se levantaban temprano para trabajar primero y, luego, al personal de oficina y a los vendedores que llegaban para tomar un bocado antes de comenzar su jornada laboral. Cada vez que alguien entraba en el aparcamiento o abría la chirriante puerta de cristal, la cabeza de Lacey se movía hacia el ruido, con una extraña expresión en su rostro. Gwen no podía descifrar la mirada. Se preguntaba si era miedo, temor o anticipación.

Un inquietante cosquilleo revoloteó en la nuca de Gwen, como si Lacey la hubiera estado observando toda la mañana como un perro que hubiera hecho algo mal y supiera que se avecinaba un castigo.

A las 10:30, cuando sólo quedaba una pareja que seguía comiendo y sin poder aguantar más, Gwen se sirvió dos tazas de café y le indicó a Lacey que se uniera a ella en una mesa vacía.

─Has vuelto a llegar tarde esta mañana─, le dijo Gwen a Lacey en cuanto esta se sentó. ─ ¿Por qué? ─ Ella siempre había creído que el enfoque directo era el mejor. Gwen no les daba tiempo para formular una mentira.

A Lacey le temblaba la mano mientras se echaba azúcar en el café. Dejó rápidamente el azucarero sobre la mesa y se metió las manos bajo los muslos.

Gwen había cogido un par de cubiertos enrollados en servilletas antes de sentarse. Ahora, desenrolló uno de ellos, sacó una cuchara y la colocó en la servilleta junto a la taza de Lacey. Cuando levantó la vista de la tarea, Gwen vio que se había formado una lágrima en el rabillo del ojo amoratado de Lacey. Sorprendida, Gwen respiró profundamente y comenzó de nuevo, esta vez con una voz más suave.

─No estoy enfadada─, continuó Gwen. ─Es que parece que estás molesta por algo. Sólo somos tú y yo las que trabajamos en el turno de mañana y, si no apareces, me fastidia. Sobre todo, ahora que es primavera y vienen más turistas. Necesito saber qué te pasa.

Lentamente, con los ojos fijos en su taza, Lacey tomó la cuchara y removió el café azucarado. Gwen nunca la había visto tan quieta, tan inmóvil. Si Lacey estaba drogada, como Mack sospechaba, ¿podría pasar de estar inquieta a estar casi congelada tan rápidamente? Gwen no estaba segura.

Todavía mirando su café, Lacey comenzó a hablar. ─Donny, mi novio, no llegó a casa anoche. Me quedé despierta hasta tarde esperándolo.

Oh, Dios mío, pensó Gwen. Odiaba el drama de la novia y el novio. ¿Cuántas veces lo había visto?

El tal Donny probablemente se fue de juerga, y estaba durmiendo la mona en su coche o en la cama de alguna chica que había recogido en el bar. Que le vaya bien. Donny fue probablemente el que la golpeó. Lacey estaba mejor...

─Sé lo que estás pensando─, dijo Lacey, interrumpiendo los pensamientos de Gwen. ─Donny, bueno, Donny no haría eso, me refiero a desaparecer así. Iba a...─ Lacey apretó los labios. Las palabras que estuvo a punto de decir se encerraron en la bóveda de su mente. Lacey tomó un trago de café y se retorció en el asiento.

Gwen se quedó callada esperando a que Lacey dijera algo más. Quería seguir interrogándola, pero uno de los clientes que permanecía en el restaurante agitó su taza de café en su dirección, y Lacey se levantó de un salto para rellenarla.

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