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El Patrimonio (Serie Rosewood Libro 1) - Sue Mydliak

El Patrimonio (Serie Rosewood Libro 1) - Sue Mydliak

Traducido por Rafael Antonio Ramirez Aponte

El Patrimonio (Serie Rosewood Libro 1) - Sue Mydliak

Extracto del libro

Cuando me contactaron, volví a casa, mis padres habían sido enterrados y la investigación de su muerte, aunque no concluyente, había sido cerrada. Todavía no entendía por qué no esperaron por mí. ¿Por qué tanta prisa? Como si no hubiera otros miembros en la familia, ¿o sí? Papá nunca mencionó a nadie, ni tampoco mamá. Es curioso. Mientras conducíamos por los caminos, ya conocidos, la mitad de mí no creía que se hubieran ido y la otra mitad estaba asustada de lo que les podría haber pasado.

La realidad se estaba asentando, me dolían los lugares que no sabía que existían. ¿Volvería todo a la normalidad nuevamente? ¿Desaparecería este dolor eventualmente? Ahora que mi pasado estaba muerto y enterrado, no tendría otra opción que continuar con el nuevo camino que el destino me había dictado.

Me parecía que todo en mi vida me había preparado para la soledad. No tenía a nadie, ni hermanos a los que acudir para que me consolaran; ahora solo estaba yo, sola. Pasé mi adolescencia en internados muy caros, pero por alguna razón, nunca hice amigos.

Nací aquí en Utica, como mis padres. Mi madre y mi padre vivieron aquí toda su vida; fueron novios desde la escuela. Mi madre eligió ser ama de casa, en cuanto a mi padre, no necesitaba un trabajo de nueve a cinco. La familia Rosewood se remonta al siglo XVIII en Estados Unidos y ellos ayudaron a construir Utica. Habían sido inversionistas. Mis padres eran ricos. Es curioso, aunque estábamos bien financieramente, nunca vi ostentación de riquezas en nuestras vidas. No recuerdo que mi padre saliera de casa para ir a trabajar. Mamá me dijo que era una persona importante y cuando le preguntaba de niña qué hacía, me sorprendía y decía que no debía preguntar. Me llamaba Srta. “Pantalones Curiosos” y me mandaba a jugar. En mi imaginación infantil, lo imaginaba como un gánster, un Don de una gran familia italiana, y con negocios ilegales. Una vez pensé que tal vez estaba bajo el servicio de protección de testigos. Cualquier fantasía que tuviera no me preparó para la realidad.

Un día me llené de valentía y le pregunté qué hacía para que su trabajo fuera tan importante. Me sentí asustada, lo que me sorprendió porque nunca le tuve miedo, pero en ese momento, sí lo tuve. Me dijo que no debería preguntarle y que debería estar feliz de tener un padre que pudiera permitirse enviarme a buenas escuelas y que pasara tanto tiempo con su familia. Desde ese día, nunca volví a preguntarle.

Mi madre siempre dijo que me parecía a mi padre. Tenía su cabello castaño oscuro, ojos color verde esmeralda y tez de marfil, pero yo nunca pude notarlo. Era de baja estatura como mamá, solo llegaba al hombro de mi padre, y mi cabello, debido a que siempre estaba fuera de casa, en la escuela, perdió su color caoba y en su lugar parecía arder como fuego, era un color naranja brillante, por lo que lo mantenía corto. Mis ojos cambiaron sutilmente, volviéndose menos verdes, más avellanos e incluso grises en los días nublados.

Fui tosca de pequeña; yo quería ser el hijo que mi padre siempre negó querer. Debo haber sido una decepción para mi madre. No soy una chica común. Sé que le hubiera gustado ponerme vestidos o faldas, solo que a mí no me gustaba. Como mi padre, siempre estaba más feliz con un par de jeans y un viejo suéter.

Ahora no me sentía tan tosca; pero, probablemente por primera vez en mi vida, me sentía insegura y si pudiera volver atrás en el tiempo y ponerme uno de esos vestidos que tanto le gustaban a mi madre lo haría, pero no podía, ya era demasiado tarde.

En mi viaje de vuelta a casa, el cielo comenzó a volverse gris y el paisaje se volvió amorosamente familiar para mí. Me acercaba a mi casa, por supuesto, mientras el coche subía la colina. “Rosewood Manor” se erigía, majestuosa y familiar, justo delante. La valla de hierro forjado todavía protegía mi casa, como lo había hecho cuando era joven, pero ahora las imponentes puertas se mantenían abiertas, casi como si estuvieran esperando mi regreso. La hija pródiga, solo que ahora ya no era hija de nadie.

No quería entrar; no quería ver ninguna evidencia de lucha, o peor aún, sangre. “Ay, Dios”, levanté mis ojos al cielo. “Por favor, que no haya sangre”, susurré.

“¿Dijo algo?”. El conductor preguntó mientras estacionaba el taxi detrás del BMW de mi madre.

“No, no realmente”, dije, saliendo y pagándole.

Se marchó sin parar, me di cuenta de que nadie sabía que había vuelto, excepto el abogado de mi padre. Me había recogido en el aeropuerto y me llevó a su oficina para firmar unos documentos legales. Yo era la heredera de una fortuna que sería mía solo cuando me casara. La cláusula de mis padres me impactó profundamente. Era el tipo de cosas que solo se leen en las novelas góticas o en los romances históricos. Cuando el abogado me lo explicó, sentí como si me hubiera deslizado en un túnel del tiempo. Como una heroína victoriana, tendría una generosa asignación cuando apareciera en la oficina del abogado con una licencia de matrimonio válida y un marido. Me imaginé que pasaría un año o diez antes de que eso sucediera.

Mi estómago se revolvió, mi piel se humedeció ante la idea de entrar en la casa. Me dije severamente que alguien habría limpiado la escena. Respiré profundo y recordé que la copia de la autopsia que me habían enviado por fax decía que mis padres habían estado ensangrentados. La causa oficial de la muerte fue la hipovolemia: en lenguaje llano, la pérdida de sangre.

De los aspectos más extraños de la muerte de mis padres fue la ausencia de sangre en sus cuerpos. Esa información me impactó, no era una experiencia agradable. Mi imaginación se desbocó. La palabra vampiro apareció en mi cerebro, pero la evité por la ansiedad. La investigación oficial se cerró, señalando que la muerte de mis padres fue accidental, la ausencia de sangre y las extrañas heridas se explicaban fácilmente como una actividad de animales carroñeros haciendo un trabajo postmortem. No podía aceptar que mis padres no hubieran sido personas cuidadosas. ¿Qué podría haberlos matado sin darles tiempo de llamar a una ambulancia, a la policía, o incluso a un vecino?

Suspirando, abrí la puerta y entré. El vacío me golpeó fuerte. Me rodeó con sus brazos y me sacó todo el aliento. Jadeé buscando aire mientras luchaba contra la necesidad de dejar salir la desesperación, la rabia, pero cedí a las lágrimas mientras caminaba por la casa.

Un fuerte golpe me trajo de vuelta y entré en pánico. Inmediatamente pensé lo peor, que él, el asesino, había vuelto. Agarré el arma más cercana, el atizador de fuego, y lentamente me dirigí de vuelta al pasillo. La puerta principal estaba abierta y el aire frío me hizo temblar. La cerré con firmeza, me aseguré de que no se abriera de nuevo. Puse la cadena.

Como ahora tenía frío, decidí que era necesario hacer un fuego. Atravesé la casa hasta la puerta trasera y salí. El cobertizo estaba a unos metros de la puerta y sabía que mis padres habrían almacenado madera para el invierno. Por suerte, el cobertizo no estaba cerrado con llave y encontré cuatro leños que servirían. Mis nervios parecían haberse calmado un poco, pero al entrar en la casa de nuevo, algo no se sentía bien. No estaba sola; sentía como si alguien o algo me estuviera observando. Mi piel comenzó a cosquillear y mi corazón se aceleró. Estaba cansada o agobiada, pero parecía como si al haber entrado a la casa, esta estuviera viva y que sus latidos, silenciados por la muerte, de alguna manera habían vuelto a la vida.

Era difícil deshacerse de la sensación de "ser observada", así que escuché atentamente cada sonido. Estaba petrificada, el pensamiento de que el asesino había regresado, y que observaba cada uno de mis movimientos, me desconcertaba. ¿Debería salir de la casa? ¿Estaría más segura fuera? Escuché un crujido detrás de mí y me hizo entrar en pánico. Corrí hacia la escalera, me senté con la espalda contra la pared en el sexto escalón. El sonido de los fuertes latidos de mi corazón me reconfortó un poco, pero no lo suficiente. Todavía no me sentía segura.

“Vamos”, dije en voz alta. ¿Qué diría mamá o papá en este caso? Dirían que dejaba volar mi imaginación y se burlarían de mí por ver muchas películas de terror, pero el único horror que importaba era su muerte. El impulso de llorar me abrumó y respiré profundamente para contenerme. Necesitaba dejar de ser una gallina y comenzar el fuego como estaba previsto. El sol ya se había puesto y se sentía más frío en el interior.

Un golpe en la puerta me asustó. Nadie sabía que había vuelto, ni siquiera mi vecino que vivía a menos de un kilómetro de mi casa.

“¿Quién es?”, grité. No hubo respuesta. Grité nuevamente, pero más fuerte, aun así no había respuesta.

Con el atizador en la mano, me dirigí lentamente a la puerta principal, comprobando primero si la cadena estaba en su lugar y la abrí. Un extraño estaba allí, de mi edad, tal vez un poco mayor, con cabello negro. Hombre, de aspecto fuerte, vestido todo de negro, su camiseta estaba descolorida por el uso, parecía ajeno al frío. Por lo que pude ver, no era más alto que yo. Unos cuantos centímetros, tal vez. Le miré fijamente el pecho, luego mi atención se dirigió hacia su cara; sus ojos eran del azul más claro que jamás había visto. Hipnotizada por ellos, no pude apartar la vista, pero el viento acarició mi cara, trayéndome de vuelta. Me parecía familiar, pero no podía recordar cuando lo había conocido, había estado alejada de Utica mucho tiempo.

“¿Qué es lo que deseas?”. Bien hecho, Candra, ¿podría comportarme más snob? Le eché la culpa al cansancio. Además, estar de pie junto a la puerta, con frío, no ayudaba a las cosas.

“Lamento molestarle, pero me enteré de que un miembro de la familia había vuelto a “Rosewood Manor” y pensé en presentarle mis respetos. El Sr. y la Sra. Rosewood eran gente encantadora; fue un shock terrible saber de su muerte”.

“Um…, muchas gracias, es muy amable de su parte”. Me preguntaba por qué venía por la noche y no durante el día. Entonces, me di cuenta de que probablemente trabajaba hasta tarde.

“Lo lamento, pero he estado fuera durante mucho tiempo… ¿te conozco?”. Le dije, sintiéndome agotada y cansada más allá de lo soportable.

“Lo siento, qué rudeza de mi parte. Soy Kane, Kane Smith”. Su sonrisa parecía genuina, pero inquietante al mismo tiempo. Algo en él hizo que me dieran escalofríos por la columna, pero no pude ubicar la sensación. Me sentí atraída por él. Tenía la extraña idea de que podía sentir mi dolor y sabía exactamente lo que yo estaba pensando. Casi como si se hubiera alimentado de mis emociones. No queriendo asustarme más, dejé que mi mirada pasara de lado.

“Veo que estás cansada, te dejaré descansar, pero volveré pronto”.

“Sí, estoy un poco cansada. Um, gracias por venir y ofrecer tus condolencias… espera. ¿Volverás? No quiero parecer grosera ni nada, pero ¿por qué? Quiero decir, no te conozco y yo…”.

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