Fiebre De Sangre - Simone Beaudelaire
Traducido por Ester García
Fiebre De Sangre - Simone Beaudelaire
Extracto del libro
St. Mary Parish, Louisiana. 1945
─Estás chiflado, viejo─, dijo Donny mientras comía una sabrosa salchicha androlla .
─Mastica con la boca cerrada─, dijo la señora Delaney, poniendo su comida en el plato, ─y no hables a tu padre de ese modo.
─Pero mamá─, se quejó el joven, descansando un codo en el mantel rojo, ─quiere sembrar trigo. Vivimos en un terreno inundable. No vamos a conseguir nada de lechuga .
─ ¿Lechuga? ─, el señor Delaney miró a su hijo por encima del periódico. ─Nadie ha dicho nada de lechugas.
─Quiere decir dinero, papá─, explicó Daphne, tomando un delicado bocado de sus gachas de maíz. La explosión de sabor en su lengua la forzó a cerrar los ojos durante un momento. Mmm. Mamá hace las mejores gachas de Luisiana. Estoy segura de ello.
El señor Delaney observó a su hija. Su piel tostada por el sol resplandecía. ─ ¿Lechuga es dinero? Santo Moisés, cómo hablan estos chicos.
─Hijo, ¿no puedes usar palabras normales que todo el mundo pueda entender? ─ Rogó la señora Delaney.
Donny se encogió de hombros, metiéndose un gran trozo de tostada en la boca. ─Solo porque usted y padre sean unos anticuados no significa que yo tenga que serlo─, discutió Donny, esparciendo migas por la mesa.
─Esa boca, hijo─, le recriminó su madre. ─ ¿No aprendiste nada durante todos estos años? Oh, fue un error enviarte a la universidad.
─Dale con la cuchara, madre─, le instó el señor Delaney, volviendo su vista al periódico.
Aunque la señora Delaney no hizo ningún movimiento para obedecer, su hijo la miró fijamente. Al tragar rápidamente su tostada, se atragantó, y tomó un gran sorbo de café tibio. ─No estoy bromeando─, continuó. ─No te lo tomes así, pero la guerra casi ha terminado. El gobierno no está interesado en nuevos contratos. Pregunté. Sembrar trigo es una pérdida de dinero. Ahora, si cultivamos caña de azúcar o tal vez tabaco en nuestro nuevo campo, realmente podremos cocinar con gas.
Con un suspiro, el señor Delaney bajó de nuevo el periódico. ─ ¿Traducción, por favor? ─ Preguntó a su hija.
Daphne se metió un bocado de huevo en la boca, lo masticó y lo tragó. ─Cree que deberíamos sembrar caña de azúcar o tabaco─. Esa es la esencia del mensaje, al fin y al cabo, no hace falta enredarse para intentar explicar el argot.
─ ¿Qué? ¿Por qué? ─ Se volvió a su hijo, parpadeó, y volvió de nuevo sus apagados ojos verdes grisáceos a Daphne. ─ ¿Ha dicho que cree que la guerra casi ha terminado? La victoria en Europa no significa nada. El Pacífico podría estar en guerra durante años.
─De ninguna manera─, insistió Donny, esta vez sin un trozo de comida que acompañara su diatriba. ─Los líderes están de acuerdo. Los japoneses están acabados. Un año ni siquiera será suficiente para quitarles los huevos a los Arsenault.
─ ¿Huevos? ─ Exclamó la señora Delaney, horrorizada. ─Hijo, eso es… ¡vulgar!
Daphne escondió su risilla detrás de la taza de café. Hoy Donny está lanzado con el argot.
─Incluso si la guerra estuviera a punto de terminar, que no lo creo─, murmuró el señor Delaney. ─No sé por qué estarías de acuerdo en sembrar para pollos. Una vez que unamos nuestra operación con los Arsenault, tendremos una de las granjas más grandes de St. Mary Parrish. Para nosotros tiene más sentido sembrar grano que comprarlo.
─Todo es por la lechuga─, explicó Donny. ─Los huevos son malditamente baratos. A los chicos que vienen de otras tierras les gusta fumar, y querrán más. O dulces. Si le damos a la gente lo que quieren, pero no necesitan, pagarán más, ¿lo ves?
─ ¿Estamos hablando sobre lechuga otra vez? ─ Preguntó el señor Delaney.
Daphne tragó rápido para evitar esparcir el café sobre su familia. Entonces recordó la carta que había recibido unos días antes esa misma semana, y le obsesionaba tanto como la lechuga a su padre. No se cómo explicárselo. Una semana más tarde, aún no lo he hecho. El delicioso desayuno que había estado soñando desde septiembre, de repente sabía a ceniza. Daphne apartó el plato y levantó la vista al techo de la cocina, repasando las vigas de madera de un lado de la espaciosa habitación al otro, donde había un nuevo y resplandeciente fogón de primera calidad que habían comprado con los contratos de guerra.
Es increíble cómo cambian las cosas. Cuando era una bebé, apenas podíamos sobrevivir, rozando la bancarrota, a pesar de la prosperidad de la granja. Recuerdo a mamá y a papá hablando sobre perderlo todo, pero nunca lo hicimos. La guerra cambió nuestros destinos. Una vez que haya acabado, me pregunto qué ocurrirá. ¿Volveremos a ser pobres, o las inversiones que mis padres han hecho en tierras, equipo y diversificación de cosechas significa que seguirán siendo prósperos?
Miró a su padre y luego a su hermano. Piensan diferente. Papá está chapado a la antigua, él y Donny prácticamente ya no pueden comunicarse, y…yo soy diferente también. Tres años en la ciudad, asistiendo a la Universidad Newcomb Memorial, y a veces Tulane, me ha cambiado de formas que apenas puedo entender, y mucho menos explicar.
─Daphne─, la señora Delaney giró hacia su hija e hizo una mueca al verla apartando el plato. ─ ¿Ya te lo has acabado?
─No tengo hambre, mamá─, dijo Daphne con suavidad. ─Lo meteré en el congelador para después, ¿bien ?
─Estará asqueroso si lo recalientas─, apuntó la señora Delaney.
─No me importa─, probablemente se lo tiraré a los cerdos cuando nadie me vea. Tampoco les importaría.
La señora Delaney miró a su hija con el ceño fruncido a modo de desaprobación plasmado en su cara angular y avejentada. Su fino cabello, prácticamente gris, había resistido los rizos que laboriosamente había armado la noche anterior y se extendían llenos de bultos y lacio por la humedad de la costa, sobre sus hombros como si se burlara de la moda. El cabello castaño claro de Daphne estaba recogido en un simple y suave moño que sabía que le duraría todo el día. Como siempre, los ojos de la señora Delaney se posaron en las mejillas redondas de Daphne, en sus hombros rellenos, que con las hombreras e infladas mangas le daban una extraña configuración; sus grandes pechos que hacían que los botones de su blusa estuvieran a punto de estallar , y entonces suspiró. Años de privación habían dotado a la señora Delaney de una figura esbelta y perfecta, y a pesar de su apariencia demacrada, estaba adorable, y transmitía confianza con ese aspecto. Daphne, regordeta, simple y nada interesada en la moda, parecía burlarse de su madre con todo su ser. No es que quiera hacerlo. Soy quien soy, eso es todo.
─Tal vez sería mejor─, dijo al fin la señora Delaney. ─que te sirvieras porciones más pequeñas. Pero no te molestes en meterlo en el congelador. Será la comida a la hora de comer, como siempre. Dale tu plato a Chester y Otto, y luego deberías fregar los platos.
─Sí, mamá─, accedió Daphne. Levantándose y dejando a su padre y a su hermano con su debate ininteligible sobre la elección de cosecha, Daphne se apresuró a obedecer.
Fuera, la temperatura parecía flirtear con el lado oscuro de los quince grados, típico para el invierno de la costa sureña, aunque Daphne no tenía tanto frío como las chicas más delgadas.
Las gallinas, con las plumas infladas, cloqueaban y rascaban el patio detrás de la casa. Al menos tenemos ocho, no como los vecinos con sus instalaciones comerciales de huevos. «Perdóname Betty» ─, dijo a una inflada gallina roja, que se apartó de su camino de un salto, aprovechando la oportunidad de picar el cordón del zapato mientras pasaba. «Pájaro estúpido».
El patio de la casa abarcaba un gran espacio en la parte trasera y contenía el jardín de verduras de mamá, ahora prácticamente vacío por el invierno. Pasada la primera valla, el campo de arroz se extendía más allá del horizonte. La nueva parcela, comprada por un vecino que acababa de mudarse, se encontraba al oeste de la propiedad, improductivo y vacío, esperando a que el señor Delaney y su hijo decidieran qué plantar.
Al este, entre las propiedades de los Delaney y los Arsenault, se había construido un redil. Dos gordas cerdas, llamadas irónicamente Chester y Otto, gruñíeron mientras se acercaba. Se movían alrededor del comedero vacío con la esperanza de encontrar algunos restos del desayuno. Cuando se acercó, dos pares de orejas rosas se levantaron . «Sí, señoras, les traigo un aperitivo. Espero que lo disfruten. Está delicioso, pero no tengo hambre».
Las cerdas inclinaron sus cabezas al unísono y miraron fijamente a la resplandeciente humana que había delante de ellos, pero en el momento en que la comida aterrizó en el comedero, toda su atención pasó a los huevos, gachas, salchichas y tostadas. Por razones que no podía comprender, ver a los animales disfrutar del desayuno que ella ya no deseaba la hacía estar malhumorada. Volvió deambulando a la cocina, donde una pila llena de agua caliente y espuma esperaba sus platos…junto con todo lo demás. De la habitación contigua podía oír a su padre y a su hermano, aun debatiendo los méritos relativos a diversas cosechas. Con un suspiro, Daphne empezó a lavar. La cascara de huevo en los platos y la grasa en la sartén se resistían a sus esfuerzos. Frotó con fuerza, mientras sus dedos se arrugaban. Puedo lavar tubos de ensayo todo el día, pero la visión de un fregadero lleno de platos de desayuno me da ganas de llorar. Por supuesto, ella había estado llorando bastante últimamente, y no era una sorpresa. No puedo esperar a salir de aquí.
─ Hablo en serio─, la voz de su padre se filtró en la cocina. ─Cuando hayamos consolidado las dos operaciones, tendrá todo el sentido del mundo plantar comida y…
Donny lo interrumpió con una rápida ráfaga de argot incomprensible, y los hombros de Daphne bajaron con alivio. No quiero pensar en comida, pollos, o los Arsenault durante mucho, mucho tiempo. Terminando rápidamente con la última sartén grasienta, se escabulló fuera otra vez. Esta vez el granero, su refugio de la infancia, la llamaba con la promesa de la comodidad.
En el interior, el aroma del heno y los caballos la abrazaban, y la poca luz que se filtraba entre los agujeros de las tablas bañaban el suelo con barras irregulares de luz. Agradecida por los pantalones largos que había comprado por la seguridad en el laboratorio, ya que alejaba los ásperos trozos de paja de sus piernas, escaló por la escalera hacia el pajar y se posó en un fardo cuadrado. Buscando en su bolsillo, sacó dos sobres. Es increíble como estas dos hojas de papel han cambiado mi futuro por completo. Con cuidado sacó la primera del sobre y miró el contenido con una sonrisa, antes de apartarla y volver a guardarla. A la segunda, la miró fijamente con la mirada perdida durante un largo rato mientras aumentaba su fortaleza .
«Tengo que sentir esto, si lo quiero dejar atrás», se dijo a sí misma. Su corazón empezó a latir con fuerza, y se le encogió el estómago, amenazando con expulsar el desayuno que había comido. Entonces, empezó a leer.
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