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Oscuro Final de la Calle - Andrew Madigan

Oscuro Final de la Calle - Andrew Madigan

Traducido por Sebastian Obregon

Oscuro Final de la Calle - Andrew Madigan

Extracto del libro

Capítulo 1

Golpeando el pavimento

Horvath se despierta ante el sonido de una cabeza golpeándose en contra del concreto afuera de su ventana. El sonido es apagado y hueco. No hay eco pero puedes sentirlo en tus dientes y huesos. Hay sonidos que pueden hacer a un hombre duro acobardarse.  Había puesto un despertador la noche anterior, pero esto no era exactamente lo que él tenia en mente.

                Al principio es como un bate de béisbol golpeando una pared de ladrillos a 90 millas por hora. Él piensa sobre esto y mira la preparación, el lanzamiento y la liberación.  El impacto. Imagina la pelota, posteriormente, cayendo al suelo como si estuviese exhausta de un largo día de trabajo.

                Luego mira los ojos muertos del hombre, el sudor, el doloroso rictus de su boca. Armas y piernas caídas como una muñeca de trapo. Y el otro hombre, montado sobre un cuerpo sin vida. Mandíbula apretada, ojos rojos, venas abultadas. Manos agarrando al hombre por las solapas, enrolladas como puños mientras lo golpeaban hacia la superficial implacabable, una y otra vez.

                Horvath tira sus piernas hacia el lado de la cama, se araña a sí mismo, bosteza. Enciende un cigarro.

                Él estaba soñando con océanos profundos e infinitos desiertos solo algunos minutos atrás, y ahora esto. La vida no es un menú para cenar, piensa. No puedes escoger y decider o colocar tu orden con una atractica mesera. No, te traen cualquier cosa vieja y te lo tienes que comer.

                 Dos más golpeteos de cabeza, pero el sonido es diferente ahora. Más suaves y más precisos. Como un melon de almizcle cortado a la mitad por un machete.

                Puede escuchar al hombre afuera, respirando pesadamente. Puede sudar hacia el pavimiento, sangre agrupada bajo los cuerpos. O quizás sea solo su imaginación.

                Y luego todo se vuelve tranquilo.

                La fortaleza del hombre se había secado, como aceite de motor en una cubeta colectora. Todo lo que tienes que hacer es apretar esa nuez y todo sale rápidamente.

                Horvath mira los brazos flácidos y las piernas gomosas. Incluso sus párpados están exhaustos. Él sabe como se siente el sujeto. Como si no hubiese dormido en años. Vacío, inútil, yendo en círculos.  the limp arms and rubbery legs. Even his eyelids are exhausted. He knows how the guy feels. Like he hasn’t slept in years. Empty, useless, going in circles.  Continuaba en cigarillos, bourbon,  y sopa fría que no se molestaba en recalentar.

                El hombre cae, completamente cansado. Él ahora está extendido sobre su amigo como si estuviesen abrazados. Hace una especie de sonido, un suave gemido.

                El otro hombre no hace ningún sonido.

Horvath se levanta, se estira, hace un chillido mientras la punta de sus dedos alcanzan el techo.

                Un último soplo antes de que aplaste el cigarillo en la cenizera cuadrada de vidrio.

                Mira al sillón reclinable, donde sus pantalones arrugados cuelgan sobre el espaldar. El cinturón aún está sujeto,  arrugado a través de los broches como un brazo alrededor de la cintura de alguien.

                Tiempo para vestirse. Él suspira hacia los pantalones grises.

                Zapatos, camiseta, abrigo. Sin corbata.

                Billetera, llaves, reloj de muñeca, monedas.

                Encendedor, cigarillos.

                Listo para irse.

El elevador es más que un ataúd. Pequeño, oscuro y sin aire. Depresivo.

                Silencioso e inmóvil, los pasajeros son más como cadaveres que seres vivos que respiran. De hecho, la mayoría de ellos ya han muerto. Pero aún no lo saben.

                Horvath presiona la brillante L.

                Las puertas se cierran, y el elevador se mueve.

                Los otros pasajeros, un hombre y una mujer, se bajan en el tercer piso.

                Hay una abrupta grieta en el vidrio, como un relámpago brillante, y la plata está desvaneciéndose, asi que más que una ventana es un vidrio para mirar. De cualquier forma, no le gusta lo que mira. Solía verse como aquel famoso actor, o al menos como su menos atractivo primo, pero ahora, cuando se mira en el espejo, Horvath mira el dibujo de un niño. El tambaleante conserje de una casa embrujada, o un hombre salido de un hospital días atrás.

                Una deslustrada placa de latón dice EL EJECUTIVO en letra cursive que está tan ornamentada que es casi imposible de leer. Horvath se ríe silenciosamente. Ningún ejecutivo se quedó en este basurero, al menos en los últimos 20 años de cualquier forma.

                Este es el tipo de hotel donde las personas no se quedan la noche. Se quedan por una hora, o viven aquí por semanas, meses, quizás años. Algunos mueren aquí. O se escondeen hasta que es seguro, luego se visten y caminan por la calle con un brillo en su caminar, silbando una vieja tonada hasta que alguien se acera por detrás de ellos y clava un cuchillo en su espalda.

                Enciende su cigarro en el momento exacto que observa el letrero de NO FUMAR. De hecho, dice N_FUMAR. La O se ha derretido, incinerada. Y el resto del letrero está cubierta de quemaduras de cigarillo, como un ama de casa abusada que va a hacer algo uno de estos días.

Capítulo 2

Los Hombres Muertos son más Pesados que los Corazones Rotos

Aún está oscuro.

                El cielo es gris, como una calzada después de que llueve.

                Como esos pantalones de franela mi jefe solía usar. Se detiene en el borde y hace un giro pensativo, mirando a través de la ciudad durmiente.

                Sr. Lazlo. Gerente Regional Asistente de Dominion Enterprises. Leslie Lazlo. El Viejo Les.

                Siempre usaba un sombrero, llevaba un paraguas. Y esa estúpido alfiler de corbata. Que imbécil. Ese fue mi último trabajo real. Gran Alivio, dice, sin estar seguro si en verdad lo quiere decir.

                Mira a su reloj. Nunca estoy en el horario correcto. Antes del amanecer, o aún despierto cuando el sol sale.

                Nadie está alrededor. Las calles están vacías. Hay un cable de teléfono a través del camino, recto y alto como un dedo alzado a los labios pidiéndote que estés tranquilo. Incluso las ratas y ratones se han escapade hacia algún lado.  No quieren estar cerca cuando los policías lleguen aquí. Tienen mejores cosas que hacer que beber café rancio y repetir la misma historia cien veces hasta que los detectives estén satisfechos.

                Horvath camina alrededor hacia el lado del edificio.

                Nada se mueve en el alrededor aquí, nada aún, pero de alguna manera puede sentir los camiones de periódicos deslizándose a través de las calles con baches, panaderos amasando masa, una transeúnte anciana poniéndose un gorro de noche y diciéndose a sí misma una historia para dormir. Su vista es tán Buena que puede ver cosas que no están ni siquiera ahí.

                Él camina media manzana hacia el lado oeste del hotel y da vuelta a la derecha hacia un callejón. Colchón manchado, basurero azul, algunas bolsas de basuras alrededor de él. El aroma de leche descompuesta e incluso más ajo podridod. Una puerta mosquitera se cierra abruptamente.

                El cuerpo se sienta ahí tranquilamente e inmóvil, como si tuviese su retrato pintado.

                Pero no hay ningún artista por aquí, ni siquiera alguien con una boina.

                Horvath camina a través del callejón.  En su mente el suelo estaba hecho de concreto, pero en realidad era asfalto. Él encuentra esto perturbador por razones que no entiende.

                Las suelas de sus zapatos se pegan al alquitrán pegajoso.

                La rigidez está en sus pies ahora. Él mira hacia el tercer piso y mira la marca de tiza en el cristal de su ventana. McGrath le enseñó eso. Así que siempre sabes donde estas, incluso cuando estás en el exterior mirándolo.

                Un último arrastre antes de mover el trasero en contra de la pared de ladrillo. Se encuentra cerca de un par de latas de aluminio viejas, paradas como una pareja de ancianas discutiendo por un pedazo de fruta en el mercado. 

                Él camina hacia el basurero y abre la cubierta.

                Horvath empuja las mangas de su chaqueta algunos centímetros, se inclina, y toma al sujeto por las muñecas. No está mal, él piensa. 180, 190. Continúa recordando una alfombra enrollada en Cincinnati, algunos años atrás.  Su espalda inferior lo recuerda también.

                Él arrastra el cuerpo hacia el basurero, pone sus manos en sus caderas y toma algunos suspiros. Estoy muy viejo para esto. Este tipo no es un maniquí barrido y yo no estoy en el IV escuadrón de fútbol.

                Desciende hacia abajo, como juez de línea deensivo. Le toma esfuerzo, pero logra levanter el cuerpo sobre sus hombros. Tómalo suavemente. Levántalo con tus piernas. Ahí lo tienes. Él sonríe y lanza el cuerpo a la boca de un basurero.  Tengo algunos pocos años buenos en mi aún.

                Me sentaría bien un shot de whisky, un gran cinturón inmóvil.

                Este es el coro a esa canción que está atrapada en mi cabeza.

                Toma algunas bolsas de basura, algunas botellas de cerveza, un tapacubos, lo lanza todo en el basurero. Periódicos, tazas de café, un paraguas roto que se ve como un cuervo muerto.  Tres pilas de revistas viejas unidas con un cordel desgastado. Una bolsa de papel con envoltorios de hamburguesas adentro, hechas una bola y arrugadas como la semilla de una ciruela.

                Toma un vistazo al basurero.  Hay una lona salpicada de pintura a los pies del sujeto.  Se recuesta, lo toma,  lo pone sobre sus piernas, que aún estaban visibles bajo la basura. Ahí. No lo puedes ver ahora. Básicamente no está aquí. Con alguna suerte, los hombres de la basura no lo encontrarán y llegará al basurero municipal sin que nadie se entere.

                Horvath mira hacia sus manos. Están cubiertas en una pegajosa capa de sangre y algo que lo hace pensar en yemas de huevo. ¿Pus? ¿Órganos internos? No sabe mucho acerca de los trabajos internos de un cuerpo humano pero se lo imagina como una pequeña maleta, cada elemento empacado ornenada y limpiamente, todo en su lugar apropiado. Las medias durmiendo dentro de los zapatos, camisetas limpias encima.

                Huele sus manos, pero eso no le dice nada, así que las limpia en sus pantalones.

                La factura de la secadora. Intenta no pensar en ello.

                Despierto ahora, el sol está comenzando salir por las persianas, y Horvath ya ha pasado por un día entero de trabajo. O al menos eso parecía.

                El hambre es el puño de un extraño golpeando insistentemente a la puerta.

                Se dirige a la parte alta de la ciudad y para en la cafeteria en la Quinta y De Lucca por tocino, huevos y dos rebanadas de tostada crujiente. Se lo ha ganado.

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